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EDUARDO SOLER PÉREZ
(por Vicente Ramos)

Vicente Ramos

     1874. El 28 de diciembre y en Sagunto el general Martínez Campos proclamó rey de España a Alfonso XII. Alboreaba la Restauración. El 31 de este mes Antonio Cánovas del Castillo formó  el que se llamó Ministerio-Regencia, adjudicando la cartera de Fomento a Manuel de Orovio, quien, sin pérdida de tiempo, resucitó la “cuestión universitaria”, decretando la censura de libros y programas, así como de la enseñanza sensu stricto  de grado medio y superior. Lógicamente, gran parte del profesorado elevó la inmediata protesta, a la que respondió el ministro separando de sus cátedras a muchos docentes, incluso privando de libertad a los más relevantes. Entre los suspendidos de empleo y sueldo hallábase el alicantino, nacido en Villajoyosa en 1845, Eduardo Soler Pérez, catedrático de Derecho en la Universidad de Valencia, uno de los fundadores –con Giner, Salmerón, Moret, Azcárate, etc.- de la Institución Libre de Enseñanza (1876), de singular trascendencia en la cultura española del siglo veinte.

Eduardo Soler Pérez     Repuestos en 1881 todos los sancionados, Soler regresó a su cátedra valentina, desde la que influyó poderosamente en el espíritu de dos maestros insignes: Rafael Altamira Crevea (Alicante, 1866) y José Martínez Ruiz, Azorín, (Monóvar, 1873).

 

     De Altamira son estas palabras: “Yo no puedo olvidar la impresión grandísima, la sacudida enérgica que sufrió mi alma con la lectura de libros como los de Gervinus, Sanz del Río (la Analítica) y otros que Soler puso en mis manos y que fueron para mí como la revelación de un mundo nuevo, de horizonte luminoso e insondable.” (Ideario pedagógico, Madrid, 1923, p.356).

 

     De Azorín traemos un texto de 1936: “Abajo, a media mañana, avanza por la galería un hombre fuerte y desgarbado, ladeándose a un lado y a otro; la barba, rala y roja; los ojos, azules; los dientes, helgados. Le rodean al punto sus discípulos (...).Tiene  toda la traza de un fauno esquivo y al mismo tiempo amable (...). Le adoran los estudiantes (...). El maestro suele llevar a sus discípulos a largas excursiones campestres. Siente amor vivísimo por la Naturaleza. (Dicho y hecho. Barcelona, 1957, pp.198-199).

 

     1896. Otro de los expedientados, Hermenegildo Giner de los Ríos, catedrático del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Alicante, publicó en El Globo (Madrid, 9 de agosto) un artículo – La Torreta de San Joaquín -, en el que describe minuciosamente la “modesta casa”  que los hermanos Eduardo y Leopoldo Soler Pérez tenían en la cumbre de la sierra Aitana y habían  convertido “en pequeño museo, donde se encuentran ordenados azulejos de todas épocas, especialmente de la región valenciana, alineados en varios frisos a lo largo de las paredes”. Además, platos de los “antiguos moriscos, de oro y azul pálido”, “marcelinas italianas”, “boquillas de cerradura labradas finamente”, armas, “fotografías de monumentos” y personales tomadas en diversos países, “una escogida biblioteca”, etc. Y añade Giner: “Es verdaderamente admirable encontrar en tan apartado rincón un culto tan al unísono por la Naturaleza y por el Arte”. Y termina: “El amor de los alicantinos a su región hará milagros”.

  
     Eduardo Soler Pérez falleció en Confrides en 1907.
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