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LA IDENTIDAD SOCIAL
DE LOS HOMBRES Y MUJERES CAM
(por José antonio Marín Caselles)
 

   

     Todos tenemos una identidad construida hacia dentro, lo que somos, cómo nos vemos y otra hacia fuera, cómo nos ven los demás. Rara vez son coincidentes. Quizás nunca lo son.

 

     La identidad personal de cada uno se construye a partir de su origen: ser hijo de... y de..., nacido en tal sitio, en tal época, con tales amigos, con tal nivel de formación, e influenciados por todo ello, pensamos, actuamos y nos relacionamos. Y aunque no exista ninguna persona igual a otra, sí que tenemos referencias y códigos comunes que nos permiten entendernos, valorarnos, sentirnos bien en nuestro entorno y, sobre todo, unos valores que avalan nuestro comportamiento, marcando las líneas que separan lo aceptable de lo inaceptable (el ámbito cultural). La cultura compartida nos permite sentirnos bien si no sobrepasamos ciertos límites pero, a la vez, es un corsé que nos constriñe y limita la libertad. No podemos apartarnos de lo que dictan las normas, las pautas, los ritos, los usos y los modelos sociales, pues viviríamos angustiados si los desbordamos. A nadie se le ocurriría, por mucho que admirara las prácticas tribales de los Ndembu de Zambia, por ejemplo, practicarlas públicamente en nuestros pueblos o ciudades, ni tampoco los rituales totémicos de los Mayorunas de la Amazonia. Nos tomarían por locos y terminaríamos locos. Esas prácticas, que cobran sentido en sus respectivos contextos, no se entenderían aquí porque carecemos de códigos o referentes que les otorguen algún significado real o simbólico. Se convierte así la cultura en “un mecanismo de regulación normativo de nuestra conducta” (Clyde Kluckhohn).

 

     La identidad social, sin embargo, no en el sentido de identificación con un grupo, sino el yo social, hacia fuera, el cómo nos ven los demás, nuestra imagen, se construye de forma muy distinta. Nos viene más, en un principio, por donde trabajamos. Es en el proceso de trabajo donde se construye básicamente (aunque no solo) nuestra “cara social”. Cuando se nos presenta a alguien, poco nos importa que sus apellidos sean García, Martínez o González, sino “a qué se dedica”, “dónde trabaja”, “qué hace”. “Ese es D. Angel, el notario nuevo del pueblo”. “Ese es Enrique, que trabaja en El Corte Inglés”. “Esa es Julia, es aparadora en su casa”... A través del trabajo, de la profesión, somos reconocidos y prejuzgados socialmente. En los casos anteriores, conocida la profesión, nosotros, con nuestros códigos sociales, les hemos clasificado mentalmente: les hemos adjudicado a los tres un determinado nivel económico, un nivel cultural, un poder adquisitivo, un tipo de amigos, un status social, vislumbramos lugares sociales que pueden frecuentar, colegios de los hijos, partidos políticos a los que votan (al menos nos atreveríamos con el notario y la aparadora). Y es que, como se diría desde la psicología social,  necesitamos clasificar a la gente para sentirnos cómodos ante los demás, para tener controlado nuestro espacio. Si en una reunión de grupo conocemos y sabemos cómo se llaman todos pero hay uno que no habla, del que no sabemos nada, qué hace, estamos incómodos, necesitamos saber “a qué se dedica”. El trabajo es un marcador social fuerte: el más importante que existe para construir la identidad social.

 

     Nuestra cara social, nuestra identidad social, ha sido configurada en gran medida a partir de nuestro trabajo. Queramos o no, se nos ha conocido como “Vicente, el Director de la CAM”, “Antonio, el Director de Zona de la CAM”, “Fina, de la CAM”, etc. La CAM ha sido nuestro apellido social. Hemos tenido distintas tareas en una casa común: La CAM. El espacio natural en donde se empieza a crear la identidad personal es en la familia. El espacio común en donde se ha construido gran parte de nuestra identidad social ha sido en la familia CAM. En la CAM se ha perfilado, sin duda, gran parte de nuestra imagen social. Constituimos, pues, la extensa “parentela” de una casa común. La oportunidad de poder enviaros un saludo a todos vosotros, mi “extensa parentela” y, en especial, a los amigos con los que más he convivido, me sugirió hace unos días aceptar gustosamente la invitación de D. Baldomero Santana a escribir para JUBICAM. Un abrazo a todos.

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