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MITOS Y LEYENDAS
"LA CARA DEL MORO"

(por Kiko Díaz)
(Guía oficial)

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     De todos es sabido que el Monte Benacantil encierra en su silueta la reconocida “Cara del Moro”, símbolo de la ciudad y parte de la cultura alicantina.

 

     Cuentan que en el siglo XIII, cuando convivían en la ciudad de Alicante musulmanes y cristianos, cuando los huertos alicantinos eran ricos en almendros y vides, cuando el castillo era residencia real… es en esta época cuando se sitúa la siguiente leyenda:

 

     La hija del rey cristiano se enamoró de un musulmán. Y el musulmán se enamoró de la princesa. Pero la diferencia de culturas, religiones… no permitían la unión de la pareja, ni tampoco la familia de ella ni la de él. Pero ellos seguían insistiendo en continuar con su amor, aunque se tuviesen que ver a escondidas entre la frondosa vegetación que existía en las faldas del Benacantil. Uno de esos días que se vieron entre los pinos, un soldado los descubrió y se lo contó el rey. Éste hizo llamar a su hija, que lo admitió, y entonces el rey decidió hacer un trato con ella, sabiendo que ganaría porque era algo imposible lo que le iba a proponer. El trato consistía en que si al día siguiente Alicante amanecía con nieve, entonces permitiría la unión de la pareja, pero si amanecía sin nieve tendría que ser la hija la que desistiese de su amor por el musulmán.

 

     Ella se lo comunicó a su amado al atardecer, en uno de esos encuentros furtivos, y por la noche el musulmán se dedicó a mover todos los almendros que estaban en flor para que Alicante estuviese blanco, como nevado.

 

     A la mañana siguiente la princesa se asomó a la ventana de su habitación al amanecer y vio que todo estaba completamente blanco, creyó que era nieve y una inmensa alegría y felicidad la inundó pensando que el cielo la había escuchado y podría continuar con su amado. Bajó a jugar con la nieve, y fue entonces cuando descubrió que no era nieve, que eran flores de almendro. Tuvo que cumplir la palabra que le había dado a su padre y ya no volvería a ver a su amado. Tanta tristeza la inundó que de pena de amor murió. Y el musulmán, cuando se enteró de la muerte de su amada, se subió a lo más alto del castillo para tirarse al vacío y así morir también para juntarse con su amada en el paraíso.

 

     Según caía por la falda del monte, la montaña se fue transformando y así es como surgió el perfil de la “Cara del Moro” que hoy todavía se puede ver como testigo eterno del amor de una cristiana y un musulmán.

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