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¡HABLAMOS!

(por Ana Burgui)

 

Ante esta expresión que ya se ha hecho habitual, recuerdo la primera vez que la oí, ¡Hablamos!, no entendí que significaba. Sé que cerraba una frase y era a modo de despedida, pero ¡Hablamos!, ¿de que?, ¿cuándo?, ¿cómo?, después me di cuenta de que era una forma nueva de terminar una conversación, sin comprometerse a nada. Algo así como  ¡Nos llamamos!, ¡Nos vemos!, todo sin concretar, abierto a un SI o a un NO, dependiendo del grado de humor de quien lo proponga ya que así no cabe decir: “Me quedé esperando tu llamada”. No, no había compromiso. La falta de compromiso hace que todo esté en el aire, nada se concreta. Esto frente a quien cumple lo que dice, crea la sorpresa. Antes hace ya  tiempo, pero no tanto; todavía ahora aún hay alguien que lo hace, un simple apretón de manos contenía todo; el cumplimiento, la garantía de la palabra hablada o el plazo estipulado, el respeto y la confianza hacia la otra persona. Y ahora, qué hacer ante un ¡Hablamos!, sin cumplimiento, sin plazo, sin garantía; se merma la confianza y el respeto, tenues impresiones que debilitan el resultado. Y el manido gasto del tiempo: “Es que no tengo tiempo” en lugar de: “No organizo bien mi tiempo”.

  

Así pensando mientras caminaba me la encontré, a breves metros de distancia, pero en mi camino; no podía volver atrás, ni entrar en otro lugar. Rápidamente supuse lo que ocurriría, beso, saludo y una alegría exagerada por encontrarme; la breve regañina sobre “Que cara te haces de ver, no sé nada de ti”, mi respuesta silenciosa “El querer ver a alguien es una vía de doble dirección”. Me contaría lo bien que le va todo, sus hijos estudiando en Universidades privadas y su marido lleno de reuniones y de coches y ella de compras. Con un ramalazo de impaciencia acorté la situación que había supuesto mentalmente: -Marisa, me alegro mucho de verte pero tengo una prisa terrible me están esperando, ya hablamos-. Y me marché dejando su apenas balbuceante saludo en mis oídos. Sólo mucho después recordé nítidamente los detalles en los que no había reparado al verla; su actitud no me había parecido tan lejana como antes; noté su voz semiquebrada por la alegría que tuvo al encontrarme, como si deseara hablar conmigo, y sus ojos estaban muy brillantes, casi acuosos, en ellos ya se había instalado la tristeza.

  

Las cosas no son como a veces parecen o se recuerdan. Todo cambia constantemente y muchas veces tardamos en darnos cuenta de que a esa persona a la que recordábamos de una forma ahora es de otra y se le ha modificado su vida.

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