PREGUNTAS
(por Francisco L. Navarro Albert)
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Sólo la luz de una vela luce tan poco como la vida del ser humano y, a pesar de eso, vivimos atropelladamente. Queremos saborear el mañana cuando aún no hemos digerido lo de hoy, a veces sin ni siquiera haber llegado a atisbarlo.
Queremos saber el tiempo que hará mañana, reservamos viajes y comidas con antelación. A veces es como si quisiéramos intervenir hasta en lo imposible, ya que no podemos aumentar la duración del día, ni hacer que salga el sol si está nublado.
Otras cosas, en cambio, en las que sí podemos intervenir y que pueden decidir el cambio de nuestras propias vidas, las administramos avariciosamente, cuando –si lo pensáramos– advertiríamos que son eternas con nuestro solo deseo de que así suceda.
¿Cuándo fue el último beso?...¿Cuándo un abrazo nuestro mitigó el dolor de alguien, aunque fuera desconocido?... ¿Cuándo fue la última vez que nos sentamos a la orilla del mar, sintiendo el embrujo de las olas rompiéndose en mil retazos de espuma, aspirando el aroma de las algas y viendo, lejanas, las gaviotas con sus gritos, como si estuvieran actuando en una función en la que mar y cielo fueran el telón de fondo donde desperezar sus apáticos vuelos aprovechando las suaves corrientes de aire?
¿Hemos olvidado el infantil juego de deshojar la margarita?... Me quiere… no me quiere… y, mientras, volábamos con la mente en pos de aquel amor, quizá imposible, quizá imposible porque no intentábamos llegar a él.
¿Cuántas preguntas nos hacemos hoy?... ¿Recordáis cuando éramos niños? Queríamos todas las respuestas y a cada una que recibíamos planteábamos una nueva, hasta que -finalmente- no había otra respuesta que el silencio.
Hoy, que podemos preguntarnos tantas cosas, dejamos que sean otros los que actúen, pregunten y respondan por nosotros, dejándonos llevar por la molicie. ¡Que trabajen y piensen ellos, que para eso les pagamos! Olvidando que nadie dará respuesta a las preguntas cuyas respuestas sólo nosotros conocemos desde siempre, aunque sea más fácil ignorarlas, porque si aceptamos ese conocimiento y somos honestos debemos actuar y eso… ¡eso es tan molesto, con lo bien que estoy!
Se oscurece el horizonte… No es nada. Miro y una nube oculta los rayos del sol. El viento se alía conmigo y la nube sigue su camino hacia el mar. ¡Viento, sopla a mi favor! y cuando llegue el momento de la oscuridad ojalá recuerde que una vez presté mi hombro, que di un beso, que mi pañuelo sirvió para secar unas lágrimas.
Entonces, me daré cuenta de que, entre todas las cosas que he atesorado a lo largo de la vida, precisamente las que menos coste económico han tenido, son las que todavía me pueden provocar una sonrisa o el deseo de volver a ser niño.