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LA PLAZA DEL PUEBLO
(Socio 358)

 

Es sábado, julio, año, el trece después de nuestra guerra, por el 1.946; calor, mucho calor y las siete de la tarde, el sol aún  guerrero y con pocas ansias de morir. En el pueblo, millares de moradores. Su plaza mayor, abierta, con lindes irregulares en donde se abren paso cuestas, unas largas y otras menos, suben y bajan según, mar y campo. Una, la de menos pendiente, parte de oriente y se pierde por la ruta del sol, que lleva a la plaza al forastero y a los hijos pródigos; es vía de comunicación; y al cruzar se convierte en puente, puente y río. El uno y el otro juntos, el río sin alma, sin agua, aunque en tiempos alguna nube se apiade de su sequedad. Antes debían tenerle más conmiseración, su cauce es enorme, lecho de un señor río. Y del mar sube una verdadera cuesta arrimada al torreón amurallado, que se empina y descarga aromas marinos que el nativo aspira con placidez, aromas que a veces se mezclan con los olores del azahar que embriagan la ciudadela. Por esa vía se oyen también voces de miles de años, griegas, romanas, fenicias y hasta hebreas que nadaron entre estas cultas aguas del Mediterráneo, moldeando y formando la idiosincrasia de los ribereños. Otra pendiente sube a las casas nuevas, y una pequeña pero muy pronunciada va arriba y conduce al casco antiguo y a la Iglesia; en ella el campanario se eleva e incrusta en el azul celeste desde donde vigila y cuida de sus propios, y les habla a través de sus campanas, que tañen alegres y repican en los momentos de gloria y fiesta, y también con hipo estertóreo despiden a sus fieles. En el campanario un ojo marca el paso del tiempo, reloj joven que sostiene con orgullo, sustituto otros que tuvo y no recuerda. En el resto, casas y tiendas, nuevas y viejas, con y sin historia, tiempo y espacio. También fluyen en la misma, cultura y sanidad, diversión y justicia, alimentación y vicio.

 

Es un momento de paz, de sosiego. El casino de ancha acera esparce sus butacas con sus socios en tranquila y moderada conversación, no hay comentario de política, es peligroso y por lo tanto no hay pasión. Se salió del fratricidio y los hermanos que recelaban en principio vuelven a vivir casi sin reserva. Hay un brochazo de paz que desfigura colores reprimidos que salen tenues, y la juventud lo nota y descubre, pero siempre con prudencia y cautela, y la anhelada libertad deja ideologías y principios y se precipita en busca de una puerta que lleve a la sexualidad tan reprimida. Las suecas son iconos que sustituyen a santos y políticos. Los padres tiemblan cuando el hervor de la sangre joven desoye tanta autoridad, tantos principios y tantas leyes prohibitivas. Su temor les hace recordar el fantasma de los odios, sangre y locura.

 

Como siempre, unos trabajan, otros estudian, todos juegan al fútbol, unos contra otros pero juntos. Diferencias más en verbo que físicas, y siempre, o casi, una chavala la causante o un gol. El mar es el agua bendita que hermana, los más pudientes saltan de trampolines más altos, muchos a ras de las olas; y se secan todos en la misma toalla, ese sol maravilloso que disfrutan juntos e independientemente.

 

-¡ Pepe! ¿Te vienes al cine?

 

-Es pronto, ¿Echan la de Gilda?

 

-Sí, yo ya me la he visto dos veces, eso si es otro mundo, cuando se quita el guante hay para morirse.

 

Y así los dos amigos se van paseando, despacio, parándose a cada instante a saludar, a tocarse, a chocar manos, a piropear a alguna niña, y esa juventud bajo la dictadura sonríe y es feliz, inconsciente o amparándose en su ignorancia. Demasiado bella su vida para preocuparles el porvenir, eso es cuestión de los padres, ríen y el faro de sus ideas es el mismo: divertirse y el amor.

 

-¿Cuándo te decides a venir con nosotros de gandulas? Te dejo el dinero si es que no tienes.

 

-¿Cómo son las tías, están buenas? Dime una del pueblo que se le pueda comparar, por ejemplo Rosita, ¿Hay alguna que se le parezca, que esté  tan jamona como ella?

 

-¡Mira!, mucho mejor,  jóvenes y más mayores, puedes escoger, guapas y con  unas tetas como melones.

 

-¿Y las puedes besar en la boca?

 

-¡Calla! Que por ahí viene Pepita, esa que tanto te gusta, pero ten cuidado que Perot también está loco por ella, y ya sabes como las gasta.

 

- Ése es imbécil y ella una sosa, cuando la acompañé la otra noche y al intentar tomarla por la cintura me dio un empujón y si “yo que me creía...”.

 

Pasan y no se miran, si bien con mucho esfuerzo por parte de los dos bandos. En ese momento se les unen dos amigos más y la algarabía se hace más sonora.

 

Y con estas charlas y divertimiento se hizo la hora del cine, que era de verano, donde se fumaba ya que estabas al aire libre; se sentaron en las filas de detrás donde no había  nadie, se apagaron las luces y empezó la película. Presurosos encendieron sus pitillos. Felices estiran las piernas ocupando los asientos de delante, ríen y charlan, olvidan al mundo y no tienen miedo a nada ni a nadie. Su euforia alcanza decibelios muy altos, y unos ¡chis! y ¡que se callen! les devuelve al presente y un guarda les amarga el momento, tienen que salir y entre risas se tragan su ira y el pueblo educado les abuchea al grito de ¡fuera!, ¡gamberros!

 

Socio 358

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