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PUNTO EN EL QUE "MÁS" ES UN DESATINO

(por Matías Mengual)

Matías Mengual

    Creo que un simpático y apenas conocido mío se llama Emilio, porque suele mencionar tal nombre cuando se refiere a sí mismo en tercera persona. Es baturro, de un pueblo de la provincia de Teruel, y me cae muy bien. Hace cosa de dos años, nos vimos por primera vez. Solíamos cruzarnos en alguno de sus solitarios paseos por la calle donde resido sin que mediara entre nosotros otro saludo que un correcto buenos días o buenas tardes, hasta que un día se detuvo expresándome satisfacción por el buen tiempo que normalmente tenemos aquí en La Nucía. Desde entonces, habremos hablado dos o tres veces, no más, pero sé que viene de vez en cuando a ver cómo sigue la familia de un chalé cercano, como en esta ocasión, que está aquí con motivo de la primera comunión de su nieto. Me gusta escucharle; habla con ese deje característico de los aragoneses, que elevan la voz al final de la frase. De ese modo, en cierta ocasión que me parecía cansado (se apoyaba en un bastón), al preguntarle la edad, contestó: Setenta y ocho añicos, nada menos… Y usted, ¿cuántos tiene? Espere…, si no me equivoco… (me miraba fijamente), usted tiene noventa y… dos, semanica más, semanica menos; ¿me equivoco? Aún así, me captó su simpatía.

    Hace un par de días, hablábamos de nuevo. Emilio no veía la cosa (situación política) nada bien, y lo resumía así: La naturaleza es muy sabia; y, como se están pasando de la raya, con esto del aborto… ¿qué quiere usted que le diga? Pues, que va a pasar algo gordo. Y le presté atención un buen rato con especial interés. Había comprado su periódico bien tempranico, que no traía nada bueno: Más que tener mala educación, carecíamos de ella como valor; había malestar en el Ejército, desconsideraciones personales que, según él, la propia naturaleza ataja cuando le parecen excesivas. Para Emilio, la naturaleza tiene muchas maneras de decir ¡basta ya! (Revueltas sociales, excesos en el comer, etc.)

    —O sea, que la naturaleza interviene cuando afilamos demasiado la navaja—, apunté. Y Emilio quedó pensativo. —Lo digo por aquello de que, si afilamos demasiado una navaja, estropeamos su hoja—, aclaré. Y Emilio reanudó la charla sin que, aparentemente, me hubiese escuchado. Sin embargo, poco después apuntalaba su exposición insistiendo en que, después de saciar el apetito, no hay que seguir atiborrándose, porque la naturaleza, harta de que no le hagamos caso, accede a nuestros desmanes y, a cambio de estar bien cebados, nos reduce el periodo de la jubilación. Por lo tanto, entendí que, con el ¡basta ya! de la naturaleza, Emilio se refería a la consecuencia propia de todo exceso. En cuanto al aborto, aparte la vergüenza ajena que este buen hombre sentía por cierta ministra, le entristecía la cantidad de gente empesebrada que (afilando, afilando) intenta vender la nueva ley como un derecho de la mujer, lo que, de aprobarse, equivaldría a tener derecho a eliminar un ser humano no nacido, con el daño que la cosa causa ya en la juventud (hoja de la navaja).

    Aclaro que, en aquellos días, yo estaba leyendo "Tao Te Ching", de Lao Tse, en cuyos versos está lo inconveniente que es afilar demasiado. De modo que pronto tuve claro que Emilio no había leído el "Tao" y, naturalmente, sentí redoblada admiración hacia un hombre que vive la humildad y sabe cuándo debe parar para disfrutar de los frutos del trabajo. Sin egoísmo y con sentido común, de haberle escuchado a tiempo, ahora tendríamos menos bancos, menos fábricas de coches, menos chalets…, y, a lo mejor, ni pizca de colesterol.

    Lo admirable es que, hace ya tres mil años, dijese Lao Tse todo esto:

"Más vale detenerse / que seguir hasta el exceso. / Si llenas demasiado la copa,  termina desbordándose; es mejor dejar de verter líquido en ella.

Si afilas demasiado la navaja, / echarás a perder su hoja. / Si llenas tu casa de oro y jade, / atraerás hacia ti la desgracia. / Si te envaneces de honor y orgullo, / nada podrá evitar tu caída.

Retírate una vez cumplida la obra; / ese es el camino del cielo."

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