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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazón abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

PRESENTE QUE FLUYE


     Está poniéndose muy feo el patio de mi España cuando se está viendo que los partidos políticos (me parece que no se salva ninguno en esta lista), que han sido una referencia ética desde que aquí empezamos los contemporáneos a vivir la democracia, se pliegan ahora en torno a líderes que, hablando por los codos o haciendo mutis por el foro, están haciendo funciones de dictadores, pero no lo son porque han sido elegidos democráticamente tanto en su seno interno como por el pueblo. La cosa tiene bemoles y cuando lo interpretan las tubas a fondo perdido retumban no sólo las paredes sino los pilares de las casas debajo de los cuales están las tumbas de los muertos de cualquiera de las muchísimas guerras que en este país (o nación o nacionalidad o estado o ya no se sabe qué es esto), han sido, lo que no viene a hacerles ninguna gracia porque ya llevaban, aunque para ellos era inexplicable, demasiados años sin pegarse tiros los unos a los otros; y claro, ya se habían acostumbrado a ese “bien morir”, y ahora temen que vuelva otra vez la picaresca de ser uno más en el patio de Monipodio donde abundan la chusma y los desaprensivos. Y el caso es que algunos de esos políticos tienen razón cuando dicen que el pasado tiene sentido desde el presente como memoria, pero olvidan a nuestros viejos pensadores que no hacían más que decirnos que mirarlo mucho es como echarlo en falta, desear volver, recrearse en exceso y ser nostálgicos.

     Los políticos actuales han decidido por ley que quieren borrar un pedazo de la historia de España, porque así se hacen a la idea de que no existió. O sea, que todos los que hoy tenemos cierta edad no sólo no hemos nacido sino que estamos borrosos o aparecemos como espíritus incordiantes. ¿Molestaremos? Ahora se les ve muy ocupados en quitar títulos y nombres de calles que huelen a un perfume rancio concreto, ya que otros nombres y monumentos de épocas más antiguas y por tanto más desconocidas van a permanecer y cuyos restos huelen peor, van a seguir existiendo. Algunos (de diversos bandos, que se decía antes) se han puesto a mirar para atrás hasta romperse el cuello y ahora han quedado marcados porque llevan un collarín que los distingue, pero hay otros que se van a quedar sin una fuentecita la mar de mona que había en el pueblo porque estaba dedicada a una persona ahora ingrata; y eso es pasarse muchos pueblos, a mi modesto modo de ver. Y la verdad de la calle, con la que está cayendo, señorías mías, es otra bien distinta: No hay empleos, no hay sueldos, no hay liquidez ni consumo. Nunca como en estos momentos se está viviendo tan rabiosamente al día. Si es que es la única forma de vivir. Porque el “allí” y “el mañana” no existen, pero es que, además, ustedes tampoco saben por donde nos llevan, porque a las 12 dicen A, las 13 dicen B, y a las 14 dicen C, y lo demás todo es mirarse de reojo entre usías sin pelucas blancas, y así les veo cuando me encuentro con vuecencias: cada vez más bizcos.

     No se me da muy bien hablar de política porque es el único “sitio” (el único, ¡eh!, ni comparable con el fútbol) en el que encuentro enemigos. ¿Puede ser eso así, si no me meto con nadie ni manifiesto extemporaneidad? Y yo no encuentro la lógica de esa permanente enemistad. Pero me hace volverme temeroso en estos últimos tiempos, cosa que antes no me ocurría. Será la edad. Por eso lo que ando barruntándome últimamente pasa por intentar hacer y saber (y eso no es tan fácil) vivir mejor el presente, sacando cosas de dentro, un presente activo que vislumbre pero no se fundamente demasiado en ese futuro del que desconfío, porque no me gusta improvisarlo, prefiero ir construyéndolo despacito y con buena letra, contando con mis limitaciones, mi pequeñez y mi poquedad. En cuanto a lo de dentro puedo aplicarme lo que escribió Miguel de Unamuno: “Doy conmigo el universo entero”, lo que hace que siga buscando. En un librillo de espiritualidad leo que si Dios es presente eterno, en consecuencia el hombre es presente que fluye. ¡Qué gran verdad! Si es que no hay otra cosa más que presente, ¿para qué quiero ser tan complicado? El sentido vital del hombre está en su actividad, justificando que hace lo que preocupa a los demás. Por eso este presente que fluye, a veces como un torrente, tiene que ser verdadero, ha de tener un valor y ser auténtico. El futuro es incógnita y el pasado ya pasó. ¿O no?

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