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IDEAS
(por Francisco L. Navarro Albert)
 


     Por una, tal vez, extraña asociación de ideas, siempre que escucho la disertación de un político en alguna de sus frecuentes arengas me viene a la mente una frase que, si no recuerdo mal, es de Groucho Max y viene a decir algo así como “Jamás formaré parte de un club que me admita como socio”. Seguramente se deberá a la rebelión de mi subconsciente ante determinadas actuaciones, que se repiten de manera incansable y en las cuales podemos apreciar la fragilidad del ser humano y su afición por cambiar de bando, sin que la adscripción a una u otra fuerza política sea garantía de permanencia.

     A pesar de ello, siempre les otorgo el beneficio de la duda acerca de sus intenciones finales y no desprecio ninguna idea, aunque no la comparta, pese a los malos ejemplos recibidos en el sentido de que lo que es bueno cuando uno gobierna no lo es cuando está en la oposición. Y esto, simple y llanamente porque se le ha ocurrido al contrario.

     Lamentablemente, alrededor de los dirigentes políticos hay una cantidad importante de seguidores cuyo único afán es bendecir y aplaudir cuanto dicen sus líderes. Seguramente porque es lo que quieren oír.

     Se produce así una especie de filtro mental que retiene únicamente un mensaje: lo que yo propongo es bueno, lo del otro es malo.

     Tal vez si siempre ocurriera así, podría haber algún punto de encuentro; lamentablemente, lo que sucede de manera mayoritaria es la exaltación de los defectos (reales o virtuales) del contrario, cuando lo que a cualquiera le debería interesar serían las bondades de quien pretende dirigirnos, puesto que sus acciones, su programa futuro, es lo que realmente puede llevarnos a salir de la crisis o hundirnos más en ella.

     Se dice que el hombre es un animal racional porque está dotado de la facultad de pensar; puede reunir datos, información de cuanto sucede y establecer sus propias conclusiones. Mas, esto lleva consigo una tara de gran calado, y es que pensar exige un gran esfuerzo que no todos están dispuestos a realizar, sobre todo si ya hay alguien que lo haga por ellos y les dicte el camino.

     No advierten, en su ceguera, que vienen a caer en otra especie de dictadura que no difiere demasiado -seguramente- de aquella otra de la que van huyendo aunque, eso sí, esta lleva estampada el sello LIBERTAD y si se nos dice continuamente que somos libres, puede llegar un momento en que estemos convencidos de que así es.

     Aunque, quizá, ser libre no es conveniente, porque el ejercicio de la libertad supone también una importante carga de responsabilidad, y eso, ¿a quien le interesa?

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