Me duelen las palabras sometidas
que pronuncio, temblando, en los caminos
de mi mundo de lucha y de trabajo
donde he perdido la esperanza, y caen
marchitos mis afanes y mis sueños
porque, al decirlas, me despojo siempre
de mi preciada dignidad de hombre
que se sabe nacido sin cadenas
y que quiere ser libre a toda costa.
Son palabras que saben todas esas
profundas sensaciones personales
del reglamento gris en que me envuelvo
para entregarme el rito de ser, solo
un número ordinal en un listado.
Me duelen, y me dejan en la boca
todo un sabor de acíbar y de sangre
y, cada vez que las pronuncio, siento
un huracán de sombras que me empuja
siempre hacia atrás, un cerco de grilletes
y un restallar de látigo en el alma.
Me duelen cuando suben a mis labios
doblegando visiones de futuro,
pero el temor las llama y, al decirlas,
el gallo de mis propias negaciones
me repite su canto admonitorio
en una aurora gris y entristecida.
Quiero decir, sin miedo y sin fronteras,
las palabras vibrantes que ahora guardo,
temple de acero en ellas- que son fuente
de la gran conjunción de mis afanes,
dejar que vuelen mis palabras, libres,
poniendo mi verdad en todas ellas,
y… Entonces me encadena la amenaza
y digo: Sí, señor. Y, nuevamente
siento un sabor de sangre que me anega.
¡¡Estoy haciendo el pan de mis jornadas
Con trigo de palabras sometidas!!