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Gaspar Llorca Sellés

EL CONFÍN
(por Gaspar Llorca Sellés)


     En cuclillas a la ladera del río, el viejo piensa en su pronta travesía: el trasbordo de su alma. El cerebro, su esclavo y dueño, está en quiebra, abatido; sus pensamientos aquejados se arrastran buscando verdades que lo aligeren y ayuden a pasarlo, dejando todo avituallamiento en esta parte. Restos de vida, de su ser, que la erosión, el sol, el viento y la podredumbre reducirán a la nada, a polvo, y el olvido anulará su existencia por mucha inmortalidad que le sea dada.

 

     El agua es río, pasa y no se detiene; en un remanso, pececitos y ranas gastan su vida, su existencia, siempre en busca de sustento, ¿pensarán los peces y las ranas? se pregunta al borde del desvarío ¡cuánta tontería!, ¡claro que no! Entonces medita: el hombre es el ser más infeliz de la creación por saber que ha de morir. Sus amores, sus pasiones y sus sentimientos deben ser figuraciones, conjeturas, no existen, los inventamos, no son tangibles, no tienen cuerpo, son pensamientos. Y esas reflexiones le llevan a dudar de él mismo: ¿yo mismo, seré ilusión? ¿Será todo mentira?

 

     Una sombra se prolonga a su lado, vuelve la cabeza y se encuentra con un semejante, también próxima viajera, se miran y no hablan, se tocan y son; con las dos manos cogidas se sientan en la húmeda arena de la orilla, y con la mirada perdida están, no esperan, están en lo neutro y al unísono buscan sacar rentabilidad a su lánguida existencia.

  

     Se preguntan y buscan en sus recuerdos momentos dignos y glorias vividas que les ayuden en este insólito tránsito: recuerdos felices si tienen, en nacimientos de seres queridos, brindis de amistades, reconocimientos sociales, un amanecer, momentos musicales, la belleza, satisfacciones por ayudas a sus prójimos, amores completos. Se unen y los dos aceptan que eso es verdad, les dio felicidad real, y con ese enorme equipaje vadearán ríos y mares, sin miedo y con orgullo, sin necesidad de barquero.

  

     En su ensoñación, un pacto se cierra en el desfiladero; testigos: los pinos y el alcornoque, las adelfas floridas en sus dos colores, los gallardetes de las cañas agitándose al viento, un cielo azul con esponjas blancas y el sol radiante, que dan fe. Y a coro con el viento y la brisa, el canto de los pájaros, los runruneos secretistas de la montaña y el ruido de los saltos de agua cristalina, interpretan todos una sinfonía etérea que inunda sus cerebros placenteramente.

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