Índice de Documentos > Boletines > Boletín Febrero 2010
 

ILUSIÓN
(por Francisco L. Navarro Albert) 


Seguramente, el hecho de que declare públicamente -a mi edad- que creo en los Reyes Magos, puede ser motivo para que más de uno piense que no estoy en mis cabales. Bueno, ¡qué le vamos a hacer! Hace ya mucho tiempo que soy consciente de que cada uno debe asumir las consecuencias de sus actos, por duras que estas sean. No obstante, me consta que no soy el único en participar de esta creencia.

  

Sin embargo, no quisiera que nadie tomara a la ligera estas declaraciones, puesto que están hechas desde la reflexión, tras un estudio racional y profundo; no son fruto de una alienación momentánea, surgida al amparo de un hecho emocional que haya podido trastornar alguna de mis neuronas.

  

Los Reyes Magos encarnan en sí muchas de las virtudes que todos tenemos, pero que, tozudamente, diría yo, nos negamos a reconocer, porque hacerlo en unas circunstancias en que, al margen de la crisis, lo único que parece interesar es el dinero y el poder es tanto como declararse tonto de remate y, ¿para qué correr ése riesgo?

 

Según conocemos, los Reyes Magos eran tres sabios que fueron capaces de tomarse en serio una profecía, que siendo de raza y nación distinta no tuvieron ningún reparo en andar juntos el camino. Camino que, por otra parte, se presentaba como una aventura arriesgada sin éxito asegurado. No sabían bien hasta dónde debían llegar, debían atravesar tierras desconocidas, habitadas por gente también desconocida. Vamos, que no era como ahora, que conecta uno el GPS, indica la dirección y ¡hale! A viajar.

  

Eran, además, gente desprendida que cargó sus monturas con valiosos presentes destinados a un niño desconocido, de familia desconocida, del que nada esperaban obtener. Que se lanzaron a esta aventura sin hacerse la pregunta ¿llegaremos a verlo?

 

      Bueno, pues estoy convencido de que muchos de nosotros también somos capaces de lanzarnos a una aventura hacia lo desconocido para encontrar a alguien especial, que somos capaces de aceptar al otro aunque su raza, religión, nacionalidad, etc. no sean como la nuestra, que somos capaces de entregar parte de nuestros bienes a gente que no hemos visto nunca. ¿Acaso es esto tan distinto a lo que hicieron los Reyes Magos? Entonces, ¿qué nos impide creer en ellos? Hoy los Reyes Magos se llaman Silvia que está en Honduras  viviendo entre los más pobres, Roberto que construye casas en Ecuador para los sin techo, Vicente que está en la India entre los intocables y tantos otros cuyos rostros jamás conoceremos, pero que hacen que cada minuto del día resplandezca la cara siempre humilde y discreta del ser verdaderamente humano, la ilusión por ser útil, la disponibilidad para servir a la sociedad, factores que nada tienen que ver con esta o aquélla religión, sino con ésos principios que están grabados en lo más profundo de cada uno.

  

Todo ello lejos de aquéllos otros que, carentes de ilusión, obrando de modo diferente se habrían planteado:

a)    Objetivo: viajar a un país desconocido, a ver si encontramos a un niño. Verificar que no se ha concedido la exclusiva a ningún medio de comunicación.

b)    Dificultad: Importante

c)    Tiempo necesario, cálculo de la velocidad diaria, número de etapas, visados de las embajadas y consulados de los distintos países, etc.

d)    Coste de la operación, obtención de las fuentes de financiación.

e)    Infraestructura necesaria

f)     Controles periódicos para verificar el grado de cumplimiento del objetivo

g)    Rentabilidad a obtener…

 

Actuando así, la consecuencia final, como no podía ser de otro modo, es que -cuando llegaran al destino- el niño ya no sería tal, tendría barba y-seguramente- se habría emancipado. Incluso habrían pasado por alto las cosas bellas que orillaban las carreteras, absortos tan sólo en conseguir la meta cuando -las más de las veces- lo importante es el propio camino.

  

Tal vez, el problema radica en que estamos tan acostumbrados a creer sólo en lo que vemos, a conseguir cosas tangibles, que se nos hace cuesta arriba admitir que hay algo más. Como consecuencia de ello, algunos han perdido la ilusión y son una especie de zombis; no están muertos, pero lo parecen. Porque sin soñar, sin ilusión, no se puede vivir y el día en que han decidido decir adiós a los sueños, en ése mismo momento se ha iniciado su declive hacia el hastío y el aburrimiento para, desde allí, formar parte de ésa larga lista de seres para los que “el otro” y la propia sociedad no son sino un incordio.

 

 A veces podremos sentir deseos de dejarlo todo. Entonces, no debemos olvidar que la ilusión, como una hoguera, necesita de combustible para seguir iluminando y dando calor; seguramente, a poco que miremos a nuestro alrededor encontraremos suficiente madera para que las cenizas no lleguen a apagarla.

Volver