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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

DIMENSIÓN ÉTICA EN LO SOCIAL Y EN LO POLÍTICO


     Si andábamos buscando ejemplos de personas que tras una vida intensa de trabajo, al jubilarse se dedican a otras actividades o amplían las existentes, creo que todos conocemos más de uno: el que se ejercita en faenas físicas que derivan del deporte y pone a prueba sus músculos -gimnasio- o su paciencia -pesca-, el que lee hasta dormirse con el libro como almohada para ver descender el nivel de la pila que formó en su día esperando estos momentos, y lo mismo cabe decir de los discos de música clásica, de jazz o de nostalgia, el que se apunta a los cursos para perfeccionar el inglés (porque si se deja, ejem), el que quiere aprender piano o guitarra, que aquí se las verá y deseará si no tiene base, y también el que se va al otro lado de las ocupaciones que le han tenido no digo alejado del mundo, pero sí abstraído totalmente en su responsabilidad, como un militar especialista en guerra subversiva, que fue presidente de gobierno en dos legislaturas seguidas y luego se metió en asuntos del pensamiento serio al hacer el Doctorado en Filosofía Política que concluyó a sus 71 años (ahora tendrá 76). Pues a este último acabo de encontrármelo y descubrirlo (yo también me descubro por haberle conocido) en una entrevista que concedió a últimos de 2009 tras haber participado en unas conferencias en España. Su nombre es António (con acento) Ramalho Eanes, primer presidente de Portugal elegido por sufragio universal tras la Revolución de los Claveles, en un tiempo en el que consolidó la democracia.

     De una frase suya me he servido para titular esta colaboración de un modo bien claro, si bien la frase completa es: “Una sociedad sólo puede funcionar aceptablemente cuando acepta que debe haber permanentemente una dimensión ética en la vida social y política”. Esto lo dice con el convencimiento de que la política, o la forma de hacerla, que es donde se impulsan las leyes, siempre debe estar guiada por la ética, y luego son las leyes las que rigen el marco en el que funciona lo que afecta a la vida de todos. Si en cierta ocasión, el diputado Manuel Pizarro, ex presidente de Endesa, había manifestado, refiriéndose a la crisis económica, que “toda decisión económica tiene consecuencias morales” (lo cual debe hacernos detenernos en la lectura de esta hoja volandera para pensárnoslo dos veces o más), hay que comprender lo que aportó Ramalho cuando dijo que si la economía pasa a ser la dueña de la acción política, y a través de esa política legisla, el Estado entra evidentemente en lo que suele llamarse “situación corruptiva”. Y añadió: “No es corrupción del dinero, sino de los valores, de los principios; es en cierta medida un modo de transformar la sociedad de una forma corruptiva, perversa”.  Pues vaya un doctorado que ha hecho este hombre tan juicioso y, desde luego, tan experimentado, y hasta podríamos decir que tan elevado a las alturas, porque toca la nubes cercanas al cielo.

     La crisis que padecemos, en todos los órdenes de la vida y actividad humana es una “lavada de manos” de autoridades, de ejecutivos y de toda persona cuya honradez brilla por su ausencia. (Eso, espero, lo pensamos todos). No lo dejemos con la palabra en la boca, que por lo menos concluya su razonamiento: “El gran motor de la crisis ha sido que las autoridades políticas no han ejercido bien su función, que es defender el bien común con osadía y con perspectiva de futuro”. Le aconsejo otro descansito para tomar aire porque ha sido fuerte lo del “gran motor”. Y no nos equivoquemos, que aquí no se escapa nadie. Nos hemos creído que papaíto estado, con su hijo pijo llamado gobierno, deben dirigir la sociedad civil aun a sabiendas de que han hecho muchas cosas perjudiciales que la propia sociedad civil haría mejor. El estado se sirve del hombre –su voto, quizás- en vez de servir al hombre, con lo cual todo puede ser convertido en capricho, obsesión por temas nada demandados y, desde luego, falta de libertad, donde por no caber no caben ni los humanismos que dieron origen a la civilización occidental, salvo que vengan disfrazados de una bondad bobalicona que es peligrosísima porque tras ella y “con buena fe”, puede haber asesinatos, por decir la mayor, o por lo menos desprecios humanos que sería mentar lo más simple pero que deviene en lo más cotidiano. El bien hay que hacerlo bien.

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