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TIEMPOS MODERNOS 
(por Antonio Aura Ivorra)


     Son los nuestros; nuestro tiempo. Y por lo que se ve,  prima en él el sobresalto, el beneficio rápido, el comercio de lo íntimo y el olvido del pasado, que el anticuario de turno desnuda de historia, barniza a su antojo y pone a la venta como si de mercancía se tratara. Mientras, el hambre, las guerras, el paro, las desigualdades en suma, se agravan tanto entre países del norte y del sur como en el interior de los desarrollados, que registran bolsas de pobreza y marginación crecientes.

 

     Estamos en crisis. Tal vez porque anduvimos obnubilados por senderos de gloria. De eso ya hace algún tiempo, que convendría revisar por si acierta o no nuestro refranero: “De aquellos polvos vienen estos lodos”. Y sacar conclusiones.

 

     Pero no. Parece que la relajación de costumbres, la dejación de valores, la sumisa acomodación y el conformismo y laxitud general pese a las carencias del momento, no solo económicas, impiden la oportunidad de mudar, “dar o tomar otro ser o naturaleza, otro estado…”,  que es lo que significa la palabra crisis en sus dos primeras acepciones del DRAE. Las corruptelas, los enriquecimientos ilícitos, las retribuciones de escándalo aunque sean legítimas de algunas cabezas visibles de la sociedad, decepcionan y malogran las aspiraciones más nobles de las personas.

  

     El mundo avanza hacia una sociedad global que tiende a la uniformidad en detrimento de la diversidad cultural de los pueblos. Su estructura de gobierno todavía es frágil y de eficacia cuestionable, como ha evidenciado recientemente la controvertida intervención de organismos internacionales en la catástrofe de Haití, por ejemplo. No es la primera vez, y no solo en este tipo de intervenciones, que afloran deficiencias e incapacidades a pesar de la estimuladora solidaridad manifestada por todos los pueblos.

 

     El punto de vista meramente económico desde el que parece que se analizan las necesidades del ser humano ya resulta insuficiente. Las necesidades del hombre, además de económicas, son también sociales, colectivas, familiares, trascendentes, espirituales. Se necesita, pues, reivindicarlas en todos los ámbitos dirigiendo nuestras conductas y nuestro trabajo –que no solo es un medio para ganarse el pan- con criterios de alcance y responsabilidad social, de diálogo, de cooperación y de solidaridad no solo ocasional. No estamos solos en este mundo; compartirlo y cuidarlo nos incumbe. Y aunque parezca paradójico, es en ese comportamiento trascendendente, en el altruismo, donde se encuentra mayor satisfacción personal, que es, sin duda, una aproximación a la felicidad.

 

     Cultura, dice el diccionario, es cultivo, y estamos inmersos, carentes de espíritu crítico, pasivos, en una uniformidad de costumbres, de valores y de pensamiento que adormece. Como si únicamente fuéramos tan solo consumidores y no protagonistas de nuestro tiempo. ¿Qué cultivamos?

 

     Las desigualdades en la distribución de la riqueza, que generan y seguirán generando movimientos migratorios, afectan a la forma de vida tanto de las sociedades de acogida como a las de origen; igualmente el progresivo envejecimiento de la población, que de manera más significativa se acusa en los países ricos. Los conflictos raciales, la diversidad de costumbres la ausencia de diálogo y con ello la aparición de ghettos, dificultan el entendimiento y la convivencia, también intergeneracional, que precisará nuevas reglas, no impuestas, no solo marcadas por criterios económicos sino también humanitarios.

 

     Estímulos que apremian a despertar y a buscar, juntos, nuevos modelos, nuevas maneras, nuevos criterios que confluyan en convivencia solidaria. Una nueva cultura que contempla proyectos de vida trascendente, colectiva y altruista se está gestando. Para bien.

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