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Demetrio Mallebrera Verdú

A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

ESTANDO CONTIGO MISMO


     Se ha impuesto en nuestra sociedad, de unos años a esta parte, pero con una fuerza brutal y abriendo camino a una nueva forma de ver la vida sentimental, mezclando lo psicológico con unas creencias raras que no forman parte de nuestra cultura tradicional y que confunden cosas tan vitales en la terapia mental y del comportamiento como meditación, relajación, recuperación de la autoestima, con un sorprendente clima de perfumes y de velas encendidas, cuantas más mejor. Lo que ha dado paso a tiendas especializadas o a una rama editorial en la que han salido unos libros aislados o incluso colecciones que han permitido forrarse a algunos individuos que hasta han sido galardonados y han abierto especialidades psiquiátricas que se estudian en universidades de prestigio y se practican en hospitales para ricos, caracterizándose por aconsejar y difundir formas de vida y aprender actitudes que, siendo milenarias, parecen nuevas, y eso sí, con ellos ha surgido un nuevo marketing que si no fuera por la crisis económica que vivimos en la que la gente no puede permitirse ciertos dispendios y ha aprendido a convivir consigo misma para salir de sus agujeros, habría cambiado estilos que ahora parece que se hayan amortiguado y cuyos autores se han instalado en las nóminas de prototipos del asunto, entre otros, a Jorge Bucay, Paulo Coelho, Deepak Chopra y muchos más, que cuentan con la complicidad de los psicoterapeutas; pero que, sin querer dañar supuestamente, derivan nuestra espiritualidad de siempre. Su éxito ha estado en la novedad por muy antigua que ésta sea.

     En los ahora ingenuos años -dicen algunos- de los “du-duás” oíamos canciones que tenían mucho sentido: Hagamos la sesión de mesa camilla y bola de cristal: Cierre los ojos, imagine. Han pasado cincuenta años menos uno (¡qué manía con quitarnos años!). Estamos, pues, en 1961 y España se abre por primera vez al mundo de forma directa por las ventanitas en blanco y negro de la tele que vemos juntos unos cuantos vecinos por la escasez de aparatos o medios para comprarlos. ¡Venga, déjelo todo, no puede entretenerse, esto es el Festival de Eurovisión que están haciendo ahora mismo en Cannes y empieza España con esta morenaza tan viva y sonriente que se llama Conchita Bautista, que mezcla aires españoles y yeyés! ¡Ya la anuncian y se ve la orquesta dirigida por Rafael Ferrer que da los primeros compases de la canción de Augusto Algueró y Antonio Guijarro!: “Estando contigo de pronto me siento feliz, y cuando te miro me olvido del mundo y de mí. ¡Qué maravilloso es quererte así. Estando contigo me siento feliz!”. Todos nos sabíamos el resto: teníamos millares de estrellas, la luna y el sol; las nubes del cielo, las olas del mar; pero SÓLO si “está la luz de tu mirada dentro de mi corazón y si tengo tu cariño ya no quiero nada más”. Una canción romántica, de enamorados.

     ¡Hala, ya puede despertarse, porque las demás canciones las entonan en idiomas raros y desconocidos! Conchita ha quedado en una novena plaza entre 16 países participantes, ganando Luxemburgo con Jean-Claude Pascal. Aquí podía entrar en escena Napoleón para decirnos “El triunfo no está en vencer sino en nunca desanimarse”. Ya estamos; siempre hay quien da consejos y se empeña en que hay que hacer cada dos por tres borrón y cuenta nueva, que es preciso sentirse bien con uno mismo, aceptarse como se es, no resistirse a los pensamientos que vienen de dentro y procurarnos un silencio interior. Para ser más modernos cogeremos lo que dice el filósofo británico James Allen: “Sólo el hombre sabio, sólo aquel cuyos pensamientos son controlados y unificados, puede conseguir que le obedezcan los vientos y las tempestades del espíritu”. ¿No le suena a usted que, en otras palabras, esto ya nos lo sabíamos desde pequeñitos en casa y en la escuela? ¿Acaso no vamos a parar siempre a la fe y a la conciencia que nos habla por dentro y que esto, convertido en diálogo con uno mismo, que es prolongación espiritual de la divinidad, le llamamos siempre oración y que es algo que hay que hacer frecuentemente? ¿Por qué no nos ponemos ahora ante el espejo y, al estilo de la Bautista, de Marisol o de Marta Sánchez (no conozco ninguna versión masculina, pero seguro que la habrá), le decimos: estando contigo mismo me siento feliz? ¿Por qué no conformarte y confortarte así? (Arrea, ¿qué hago yo ahora dando consejos?).

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