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EL DESPERTADOR

(por Ana Burgui)


     Entré en aquella tienda buscando un despertador que tuviera el sonido del mar en lugar del ruido del timbre que llevaba escuchando ya diez años. No quería despertarme bruscamente con él. Tampoco quería la radio/despertador que al tiempo que te abre los ojos se cuela con su voz en tus oídos hasta tu mente con los problemas; del paro, la economía, los accidentes, las guerras, la violencia. No es que quisiera ser ajena a la realidad sólo quería dejar eso para más tarde. Quería empezar a ser consciente poco a poco y muy despacio del nuevo día, ese abrir y cerrar los ojos lentos y pesados, mover las manos y los pies mientras te retuerces en la cama y te desperezas con avaricia y esos “5 minutos más” con que me regalaba todas las mañanas, quería que fueran plácidos y suaves, imaginando la espuma blanca de las olas contra playas o guijarros, la arena húmeda, el sol suave y con esa timidez de oro de sus primeras horas.

     Después de elegir el reloj me fui a casa rápidamente, con la prisa que da la impaciencia del estreno de las cosas nuevas, a colocarlo en un lugar adecuado a su función y a su figura. Abrí el paquete, quite el viejo y coloqué el nuevo en su lugar, lo miré y lo probé, quedaba muy bien. Sostenía en mis manos el reloj viejo y mi piel se hizo trasmisora de los recuerdos y empecé a sentir su propia vida, empecé a escuchar su tic-tac como si fuera la primera vez ya que a fuerza de oírlo le había dejado de prestar atención. Se volcaron sobre mí todas las vivencias que había compartido con él y salieron poco a poco los recuerdos; la preparación de los exámenes, las largas noches llenas de café y de libros, oposición tras oposición hasta conseguir mi puesto actual, el primer día de trabajo en el que despierta por los nervios desde el amanecer, esperaba que su sonido me avisara del comienzo del día, o cuando mi sobrino de cuatro años se quedo en mi casa dando la libertad temporal a sus padres y que se pasó toda la noche llamándolos entre lágrimas y mocos y yo mirando el reloj constantemente al que veía como a un enemigo que hubiera retenido a propósito las horas entre sus manillas, siempre ocurre el lento caminar del tiempo frente a nuestra urgencia por un paso rápido de él. Recordé mi primer desengaño amoroso, cuando una llamada de teléfono ligada a una hora determinada puso fin a un principio. Me abracé al reloj buscando consuelo, me repetía una y otra vez: “el tiempo todo lo arregla”, una vieja sabiduría. En fin, no pude desprenderme él y ahora conviven los dos juntos y es curioso parece que se apoyan uno en el otro.

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