Sí, he dicho bien, Polet.

     ¿Quién en La Ermita no se acuerda de Chimo Malena, más conocido por Polet? ¡El pequeño Polet! ¡El de las grandes orejas! ¡Ciento veinte centímetros de hombre y un corazón más grande que la Olivera Grossa! Con la sonrisa y el enfado alternando constantemente en sus labios. Feo con rabia. Trabajador infatigable. Soltero. Ermitaño de pura cepa. Trabajó en el ramo de la hostelería en Villajoyosa en un Centro para Mayores, en el bar Mercantil, en los Baños… Posteriormente, durante algunos años, regentó el “casinet” de La Ermita, compartiendo este trabajo con pequeñas labores agrícolas. Chocante y carismático, amigo de sus amigos, siempre dispuesto a hacer un favor. Campechano, de modales espesos, nunca tuvimos noticia de maldades por su parte, y muchos le querían bien. Fue pobre durante su larga vida y en esa condición murió Polet.

     Fue una persona muy leída aunque frecuentó poco  la escuela. Solía  decir, socarronamente, que las noticias que daba la prensa apenas si le interesaban porque siempre se referían a cosas y hechos que ya habían ocurrido. Sin comentarios. No le molestaba, en absoluto, que le llamaran Polet. Pasó por momentos de penuria y hasta tuvo que soportar algún embargo de bienes sin demostrar nunca acritud para nadie. Uno de sus hobbies preferidos era asustar a las niñas y jovencitas de La Ermita. Éstas huían despavoridas al verle, mientras él las perseguía gritando: “Chiqueta guapeta”, “Chiqueta guapeta”. Vivió con su sobrina María Toni y murió en Villajoyosa a los 97 años de edad, hace de esto más de 16 años. Su única herencia fue el olvido.

     A mí, personalmente, me encantaría, un día no muy lejano, al pasar de nuevo por La Ermita, encontrarme con un rótulo en cualquier lugar y con cualquier motivo, en el que se leyera el nombre de Chimo Malena (Polet). Quizá sea porque soy un soñador. Quizá porque estoy convencido de que las pequeñas cosas siempre terminan por ser las más importantes en la vida.