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CUESTIÓN DE FE
(por Francisco L. Navarro Albert) 


La idea de dios surge en el hombre como necesidad de atribuir a alguien la autoría de las cosas cuyo origen desconoce y -ante la propia incapacidad para hacerles frente- imagina la existencia de un ser superior que todo lo puede. A medida que el hombre avanza en el conocimiento y es capaz de comprender  e incluso contener las fuerzas de la naturaleza, cambia de forma de pensar y adopta creencias - a lo largo de los siglos - basadas  en doctrinas en las que, de una u otra manera, se garantiza  un premio  para aquellos que cumplen con los preceptos que la forman y que componen lo que se conoce como religión. El hecho de que haya quien no tenga esta creencia religiosa no le exime de algún tipo de creencia, salvo que -en este caso- su fe está cimentada en torno a otro tipo de argumentos distintos del ser superior. 

      

          Posiblemente un componente importante en quienes practican alguna de las creencias  -religiosa o no- es la duda, puesto que su conocimiento lo han obtenido por transmisión, de generación en generación, sin que  actualmente haya quien pueda afirmar  categóricamente y sin ningún género de oposición que cuanto cree es absolutamente cierto. Pese a ello, el ser humano es capaz de realizar las hazañas más dispares basándose en la fe y, por el momento, podremos encontrar expertos en intentar demostrar que una u otra  postura (la de los que creen y los que no) es o no correcta.

  

           Aún hoy, con los medios que tenemos a nuestro alcance, la fe sigue siendo lo que es, la confianza en algo o en alguien que conocemos por lo que nos han contado o porque tenemos la certeza de que quien nos lo ha transmitido, por su autoridad moral, no tiene interés alguno en sumergirnos en ningún tipo de engaño.

 

           A través de la historia de la humanidad el hombre ha hecho -y sigue en ello- grandes esfuerzos por abolir cualquier tipo de esclavitud, y en nuestra sociedad se esgrime la libertad como el atributo imprescindible para ejercitar derechos y cumplir obligaciones. Paradójicamente, en cuanto a la religión -que es una opción  totalmente personal (o debe serlo)- surgen  enfrentamientos de una violencia extrema, tanta que cabría cuestionar si, realmente, el ser humano es racional. Estos enfrentamientos precisamente tienen su inicio en el afán de unos y otros en imponer al resto su propia creencia, con lo cual están negándoles su libertad de elección, libertad que ni siquiera es cuestionada por el ser superior, ya que este deja a cada uno la opción de creer o no. Si adoptamos  la lógica de un ser humano, pregunto: ¿tendría sentido la existencia de un ser superior que me deja libertad de elección y me exige –a la vez- que crea en él?

 

          Las religiones, al menos las mayoritarias, tienen, en general, componentes importantes referidos no sólo a la relación del hombre con el ser superior, sino enfatizando esta relación con sus semejantes  e incluso  con la propia naturaleza.  Quienes no creen en estas doctrinas son tan  seres humanos como los otros y, por tanto, capaces de aportar conocimientos a la sociedad. ¿Tan difícil es reunirse todos en torno a los elementos comunes y trabajar -juntos- por encontrar solución a los graves problemas que aquejan a la Humanidad? Al no hacerlo, el ser humano se arroga atribuciones en nombre de un dios que en modo alguno le ha otorgado ese derecho y, lo que es peor, pretende actuar contra otros seres humanos con mayor exigencia incluso que aquél.

  

          Somos libres de creer o no que hay dios. Es una opción personal cuyas consecuencias sólo a cada uno atañen, y sólo debe ser cuestionada si se utiliza como arma arrojadiza contra la libertad de creencia de otro. Una cosa es pensar que Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y otra, bien distinta es que el hombre haya creado a un dios a medida de su conveniencia.

 

          Aun con dudas, grandes dudas, me inclino a creer en un Dios que ha puesto en nuestras manos un inmenso poder y en nuestras mentes la capacidad de utilizarlo adecuadamente. De nuestra generosidad depende que sepamos darles el uso adecuado, sin excluir a quien opine de otra forma.

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