Índice de Documentos > Boletines > Boletín Mayo 2010
 

Manuel Gisbert Orozco

 

LA CONCEPCIÓN DEL CONQUERIDOR

(por Manuel Gisbert Orozco)


Jaime I ha pasado a la historia como un buen rey, por lo menos para los valencianos. Para unos porque les concedió un reino y para otros porque les dio una lengua, aunque actualmente no sepamos exactamente cual fue. También tuvo su “miaja” de mala leche, si no que se lo pregunten, aunque no les pueda contestar, a cierto obispo al que ordenó le cortaran la lengua por no haber sabido guardar el secreto de confesión que le había confiado.

    

Sin embargo lo más curioso es la forma en que fue concebido. Desde luego no fue el producto de una violación como le ocurrió a la madre del Rey Arturo, el de la Tabla Redonda; ni fue de penalty como suele ocurrir a los que mantienen relaciones pre matrimoniales. Fue de rebote y porque la inseminación artificial no la conocían en aquella época porque si no, ni eso. Lean, si quieren, el argumento de lo que ocurrió, que muy bien pudo ser sacado de una ópera bufa.

     

Alfonso el Casto, rey de Aragón y abuelo de Jaime I, entabló negociaciones con Manuel Comneno I, emperador de Constantinopla para casarse con su hija Eudoxia. Las cosas de palacios van despacio y aunque algunos insinúan que llegaron a casarse por poderes, lo cierto es que el tal Alfonso, que en vez de casto debió apodarse el impaciente, no pudo esperar (de casto tenía poco) y se casó con Doña Sancha la hija del Emperador de Castilla que le caía más cerca.

     

Cuando Eudoxia llegó a Montpelier, en su camino hacia Aragón, se encontró con la noticia de la boda del que creía su marido. Compuesta y sin novio acudió a Guillermo de Montpelier, señor de aquella ciudad y sus dominios, para que la aconsejase en aquel trance. El susodicho, al que no todos los días le pasaba por delante de las narices la hija del monarca más respetado de aquellos tiempos, forzó su enlace con la dama con cierta oposición por parte de ella, no así de su padre que de algún modo ya la consideraba colocada.

     

De esta unión nació María de Montpelier, que a la postre es la protagonista de nuestra historia. Tantas vueltas da la vida que los hijos de los que unos años antes estuvieron a punto de casarse finalmente se unieron. Pedro II, hijo de Alfonso, con María, hija de Eudoxia. Lo de unirse es un decir, pues algo feúcha debía ser la tal María, pues el joven Pedro no la quería ver ni en pintura. Cuenta Don Jaime, en su “Llibre dels fets”, que cuando fue engendrado: “En Pedro desamaba a la sazón a nuestra madre la reina; pero sucedió una vez, que hallándose nuestro padre en Lates y la reina en  Miraval, se presentó a aquel En Guillermo de Alcalá, en cual consiguió con sus ruegos que el rey fuera a reunirse con la reina. La noche aquella en que ambos estuvieron juntos, quiso el Señor que Nos fuésemos engendrado…”

    

Esta en la versión oficial, aunque como casi siempre ocurre cuando se cuenta la historia, no es la verdadera. Lo cierto es que el rey estaba emperrado con una dama de la corte que era una auténtica belleza. Catalina Rebusse se llamaba la dama y honrada debía de ser la señora pues no se plegaba a las aviesas intenciones del monarca. Esta circunstancia la aprovechó el tal En Guillermo de Alcalá para tenderle una celada a su rey y darle de paso un heredero a la corona.

   

Le dijeron al rey que la dama era muy recatada y accedía a sus deseos siempre y cuando el encuentro se realizase en la más completa oscuridad. Accedió encantado Pedro, pues esa circunstancia no hacía más que añadirle morbo al asunto. Le dieron gato por liebre al monarca, pues en la cámara colocaron a su esposa María que se avino encantada al engaño deseosa de consumar de una puñetera vez su matrimonio.

   

En la oscuridad todos los gatos son pardos y tanto empeño tuvo que poner en el asunto esa noche la pareja que la hembra resultó preñada. Se supone que al día siguiente quedó al descubierto el engaño, pues en caso contrario Pedro no hubiese aceptado el hijo que nació nueve meses más tarde.

  

Después de esto el rey envió a la madre y a su futuro hijo a Montpelier, con los que posteriormente apenas mantuvo contacto. A este último incluso lo dejó bajo la tutela o como rehén de Simon de Montfort, a pesar de lo cual no dudó en atacarlo en Muret, donde perdió su vida.

  

Sin duda Pedro II fue un mal padre y peor rey, aunque algunos lo pongan en un pedestal. Cosas de la vida.

Volver