Índice de Documentos > Boletines > Boletín Junio 2010
 

EL SENDERO
(por Francisco L. Navarro Albert)


     Muchas veces he intentado recordarlo, pero me ha sido imposible, al menos en su totalidad. Sólo me viene a la memoria algún retazo; una especie de fogonazo en el que me veo recorriendo un sendero. Levanto la vista buscando el horizonte y no encuentro indicios de cuál es la ruta que sigue; tampoco soy capaz de vislumbrar, en la lejanía, cuál es su final. Sólo sé que voy caminando y una voz, dentro de mí, está diciendo “sigue, sigue, no dudes. La decisión que uno toma siempre es la correcta”.

     Así que camino y camino, aunque en algunos momentos me siento tentado a volver sobre mis pasos. Algo, una especie de bruma, parece envolver todo cuanto antes he transitado, como si no quisiera ofrecerme la oportunidad de retroceder. Aunque el suelo está perfectamente llano, no puedo evitar mover pequeñas piedrecillas que saltan golpeando cuanto encuentran, mientras una ligera nube de polvo cubre mis zapatos. Otros tramos del sendero discurren entre espesos y sombríos bosques, de grandes árboles cuyas hojas se agitan con el viento mientras algunas se desprenden, rozan mi rostro como en una caricia y caen, rendidas a mis pies, crujiendo bajo mis pasos. Sus ramas se acercan amenazadoras, como garras que pretendieran atraparme. Siento que algo me retiene; miro a mis pies y advierto que los pantalones están enganchados entre zarzas y rosales silvestres, de los que me zafo dando un violento tirón. Se hace el silencio y cuando inicio de nuevo mi andadura oigo como el eco de unas pisadas. ¿No estaré sólo? A mi alrededor no veo más que verdor; unos incipientes rayos de sol se empeñan en filtrarse a través del espeso ramaje como si quisieran iluminar mi camino dejando claras las zonas de umbría.

     Tropiezo y caigo. No he advertido que -ahora- el camino es un pedregal de afiladas aristas que han herido mis manos y mis rodillas  Debo seguir, así que me levanto -dolorido- sacudiéndome el polvo, mientras intento restañar las heridas de las manos con un viejo pañuelo que ignoro cómo ha llegado hasta mi bolsillo. Unas iniciales me recuerdan a la persona, tan querida, que las bordó; me recuerdan los días pasados, la felicidad, el dolor, la amargura del adiós… ¿Acaso debo olvidar? Quizá, más importante que olvidar sea aprender a perdonar empezando por perdonarme a mí mismo; así, reconociendo la propia debilidad seré capaz de darme cuenta de que la de otros no es peor que la mía; que, simple y llanamente, estaba midiendo sus acciones con una vara muy distinta de la que yo me estaba aplicando.

     Pensando en esto, llego a  una encrucijada, sin señal alguna legible, pues las que un día se colocaron aparecen hoy totalmente borradas por las inclemencias del tiempo y por el sol, que en este momento ni siquiera asoma para que pueda intentar situarme. Me viene de nuevo a la mente aquello de: “la decisión correcta es la que uno toma”, así que elijo la senda de la derecha confiando en que me llevará al destino.

     Unos pasos más y aparece un recodo. El suelo está lleno de baches, hay fango, arbustos que entorpecen el paso… Un viejo letrero, que se mantiene erguido de puro milagro, está casi cubierto de enredaderas silvestres y florecillas que voy arrancando con la esperanza de descubrir indicios de dónde me encuentro, adónde me conduce el sendero. Cuando, finalmente, logro despejarlo y la vista va acostumbrándose a distinguir las letras de las irregularidades de la madera sobre la que están escritas, puedo leer: “No te desesperes, estás en el sendero de la vida”.

      Escucho voces y, asombrado, levanto la mirada para descubrir que también otros han elegido el mismo sendero. Alguien, un desconocido, me pregunta: “¿es este el sendero? ¿puedo recorrerlo contigo?”.

      Mi respuesta es: ¡Sí!

Volver