Un mar de nubes me rodea
como la bóveda de un templo,
en que las velas son sustituidas
por relámpagos que preceden a los truenos.
Iluminan mi rostro, tarde oscura,
culebras que centellean rutilantes,
surcando un cielo sin estrellas
del que mana agua a cada instante.
Siento esa humedad que me fascina
y que aspiro como perfume de fragancia.
Con los ojos cerrados soy testigo
del furor con que el cielo se desata.
Estampidos profundos y rasgados
martillean mis oídos cada instante.
Aspiro hondo y me arrebujo
en mi casaca de cuero, tan caliente.
Suenan las gotas, entonando
un solo de tambor que es fascinante,
roto por rugidos de tormenta
y secos estampidos, muy distantes.