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Empieza a anochecer en cuerpo y alma,
y entre las nubes que se van formando
se asoma una moneda que nos llama,
en tanto la luz se va transformando.
Un disco inmenso tronca el horizonte,
proyectando haces de luz en los montes.
Es la osada luna que trae un mensaje
grabado a fuego en su cara de plata;
aviso que va con letras muy grandes
adornando unos guarismos de grana.
Veinticinco años anuncia la moza,
edad de arrobos que es de la que goza.
La Asociación de Jubilados de CAM
ya tiene edad plateada por la luna.
Tiempo vivo, de los que vienen y van,
ocupación febril es su fortuna,
y un calendario lleno de actividad
que a algunos también lleva felicidad.
Esto es lira de un despiste encantado,
ya que ahora viene el descubrimiento,
pues el logotipo que han estampado
está claro que es un encantamiento.
¡Qué chasco! Creíamos colaborar
en lo que nos podía vigorizar.
Se cayeron pelos sin recuperar;
aquello era de verdad envejecer.
Pero no, para eso había que esperar.
Era también normal el encanecer.
Nada nuevo: es lo propio de la edad,
pero siempre con animosa agilidad.
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En este poema nadie debe faltar.
Debe ser una trova de recuerdos.
Sabemos que alguno tendrá que fallar.
Hoy contemplamos vivos a los muertos.
Es un lirismo lleno de vehemencia,
un tropel de vivencias y alegrías.
Nos timaron con juegos de palabras,
justo de una marca que convinimos.
Nos gustó que cayeran en la trampa,
poniendo con bondad lo que quisimos:
Que se podía pronunciar “JUVENCAM”
lo que ahora es, con sus honores, JUBICAM
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