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LA PEONZA
     (por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles


     El cese tajante de la actividad laboral es, según los psicólogos, uno de los cambios más importantes que puede darse en la vida de una persona. De sopetón pasamos a ser, según la seguridad social pensionistas, para la empresa jubilados y para la sociedad  “ancianos”. ¿Pero qué somos para nosotros mismos? Esto no tiene una definición tan rotunda y precisa.

     Genéticamente se manifiesta, más o menos por esta etapa, una cierta mutación biológica: menor capacidad de reproducción de la células, disminución de la masa muscular, acumulación de grasa en parte de nuestra anatomía, menor flexibilidad en las vértebras, etc… pero esto en modo alguno condiciona nuestra personalidad.  El hecho de que al levantarnos de la silla nos dé un pinchazo en la espalda no modifica en absoluto nuestra actitud ante la vida. El ánimo funciona a distinto ritmo que el cuerpo, uno es viejo realmente cuando se siente viejo por dentro, cuando le envejece el alma, no existen viejos a fecha fija, ni todos envejecemos a los mismos años.  Llegará el día -si es que vivimos- del arroz para las palomitas, pero eso solo lo puede sentir uno mismo.

     Por esta razón la caminata mañanera, recoger a los nietos del bus, pasear al perrito y otras delicias del jubilado, nos dejan por lo general insatisfechos. Había antes un cierto “regustillo” en volver a casa y decir. “¡Jo, que mañanita!”. Porque para descansar lo fundamental es estar cansado, no se puede descansar dos veces seguidas y no hay cosa más aburrida que quince días felices. Y siempre está ese amiguete de buen corazón que nos dice:

     - ¿Tú? ¡estás mejor que quieres! tu buena paga, tu plan de pensiones…¡a vivir!  ahora te buscas un hobby:  la pesca, la fotografía…  ¿a ti no te gusta la petanca?

Jugando a la petanca     (Si yo no tuviera más horizonte que la petanca me moría en dos días.) Cierto es que ya no nos afiliaríamos al Frente de Juventudes y que quedan muy lejos aquellos tiempos en que estudiábamos aquello del método “Directo, Indirecto y el Hamburgués”, (“el mejor es el hamburgués…”), pero todavía subsiste en nosotros una necesidad de sentirse vivo, de ese “sufri-gozo” que traen las pequeñas realidades cotidianas y que no es un placer precisamente, es solo vibración, es lucha, energía. Las mismas ocupaciones y preocupaciones que nos cansan son las que nos mantienen en pié, algo así como la peonza que cae solo cuando le falta la energía.

     En los años 50-60, unos ancianos ponían orden en el mundo: Eisenhower, de Gaulle, Adenauer, Churchill, etc… uno de ellos tensó la cuerda del violín hasta casi los 80 años. Me pregunto si cobraría el “chico” este de la seguridad social.

     Por otra parte los viejos cada vez somos más jóvenes: el ejercicio físico, la alimentación, la higiene, la medicación adecuada. Una mujer de 60 años a principios de siglo era una viejecita de iglesia y luto, hoy a esa edad la mujer se puede poner un pearcing y teñirse el pelo de rojo.

     Lo ideal es llegar a la longevidad con las menos heridas posibles, desprenderse de lo negativo que nos haya dado el tiempo y no hacer de esta etapa una antesala de la muerte. Ver el derredor con serenidad pero sin escepticismo y entender el cese de la actividad laboral como el deportista que ha superado una prueba y dedica su energía a otros asuntos, menos competitivos pero más placenteros. Ser, en fin, una persona madura pero sana, lógica, independiente, equilibrada, divertida y de buen aspecto, tanto en el  rictus de la cara como en la raya del pantalón y si es posible un ligero toque de persona elegante. (Y como consejo personal no os pongáis nunca esas boinas negras con rabito que tan viejos hacen a los viejos).

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