Índice de Documentos > Boletines > Boletín Octubre 2010
 

A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

LA APARIENCIA MANDA SEÑALES SOBRE CÓMO SOMOS


     Entre los inacabables papeles que uno guarda o amontona para retomar ideas, llevaba un tiempo con deseos de recuperar uno de ellos porque yo sabía (o intuía) que a lo que aquel pliego se refería tarde o temprano le iba a dar un tiento entre mis modestas colaboraciones en esta u otras publicaciones en las que participo habitualmente, digamos que literaria y periodísticamente. Se trata de un trabajo magnífico que escribió José Miguel Quiles Guijarro en Jubicam titulado “la desidia vital”, quien centra su espléndida colaboración, tipo relato, en sacar menudamente punta a ese lapicero del desaliño que llevamos siempre colgado porque es una auténtica tentación. Es fabuloso cuando dice: “Infausto día el que por hacer fresquito me pongo una boina”, o peor aún, pasando la yema de los dedos por la barbilla, uno se dice: “¡hoy no me afeito!”; en ese momento –viene a decirnos Quiles- “habremos dado un paso irrevocable hacia la desidia vital”, esa desidia en la que el propio autor nos había instalado anteriormente citando a Hermann Hesse, para quien las tareas diarias de aseo personal le habían convertido en un presidiario de sus rutinas. Tampoco está mal rebelarse de vez en cuando e incluso parecer un “moderno” yendo a la moda de ir desarrapado cuando esta palabra ya no significa necesariamente ni desaseado ni harapiento (entre otras razones, porque hasta los que quieren ser presidentes del gobierno o ya son presidentes de alguna entidad financiera, o ministros o conselleres, van sin afeitar o con barba de unos pocos días; un quiero y no puedo al uso actual).

     El otro día me quedé prendado, y hasta consentí en recrearme un rato, ante el maniquí de un escaparate que llevaba un traje de príncipe de Gales en cuya tentación casi caigo, pero es que no es ni siquiera ético en tiempos de crisis tener y no usar ni chaquetas ni pantalones ni preciosos trajes y corbatas si luego tu salidita a la calle la haces para realizar tu obligado caminito de “cardio” en el que, como mínimo, y sin ir corriendo ni siquiera andar deprisita (mi médico no quiere), acabas entresudado, y luego te lo piensas y le contestas al tentador que ya no es época de esnobs para ir tan trajeadito a tomar un aperitivo que te tienen prohibido o a los pocos conciertos a los que acudes cuando allí sentadito no te da tiempo a presumir de nada, y de esta situación apenas se salva una boda o una cena conmemorativa de cualquier cosita de nada con la parienta. Pero es verdad, y algunos lo llevamos en la sangre (como otros están encantados de ir horteras por la vida con su lenguaje y con su ropaje). Esta cuestión estética está muy relacionada con la salud (la del cuerpo y la de la mente), hasta el punto de que una especialista dice textualmente que “cuidar la imagen ayuda a estar mejor”, advertencia precisa dado lo proclives que somos a descuidarnos cuando llegamos a cierta edad, cosa que nos pasa cuando ya no sabemos donde meter la tripita o la desviación de columna que nos arquea el cuerpo, y siendo especialmente bien visible en las mujeres, cuyos abandonos deberían estar castigados en el Código Civil y Penal.

     El papelito del colega José Miguel Quiles lo he encontrado con prontitud, pero que nadie piense por un instante que uno es un organizado que tiene las cosas perfectamente en su sitio; pues no, para encontrar algo del armario tengo que pedírselo a mi chica y en ella ya he delegado el archivo de recibos y de otras cosas semejantes (esas que hay que conservar por si las moscas) porque a mí ya me falla la olla y ella tiene mejores disposiciones organizativas, tiene muy buen gusto y mejor criterio. Lo digo porque no tener orden (ni concierto), en nuestro idioma sigue queriendo decir que se es un descuidado. Sí, amigo, tiene usted toda la razón, hay que cuidar la imagen que se da. Es una psicopedagoga quien nos lo dice: La apariencia manda unas señales sobre cómo somos. También se lo dice a los minusválidos, quienes por el hecho de ir en silla de ruedas ya van llamando la atención; pues oye, si vas a mirarme mírame bien que para eso he resaltado mis ojos y mi cara con maquillaje, o estoy dignamente afeitado para no dar pena ni mal aspecto. Soy uno más, integrado de verdad, que vean los demás que voy aseado, que no huelo mal ni llevo ropas sucias. Que oigan ellos y también nosotros que les decimos: ¡Qué buen gusto has tenido al elegir esa chaqueta!, o mejor: ¡qué guapa estás!

Volver