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JOVENES
(por Antonio Aura Ivorra)

    



      … Pero los pájaros no pueden
     ser enjaulados porque ellos son
     del cielo, ellos son del aire…
                            (Bebe. Cuidándote)


     ¿No los veis? En cualquier hogar hay uno por lo menos:

     Recién duchado y después de afeitarse se alisa el pelo con gomina extrafuerte: -“Con efecto mojado y duradero”, dice el muchacho con sonrisa irónica.

     La música suena intensa. En inglés. Y él, presumido y con calma se mira al espejo tarareándola.

     - ¡Me voy!, pregona. Pero allí sigue… relamiéndose.

     - ¡El teléfono!... ¡es para ti!

     - ¡Di que ya voy!

     - ¡Llaman al telefonillo! ¿Quién es?

     - Soy yo. ¿Está Javi?

     - Ah, hola; espera un momento.

     - Javiii… ¡baja la música, hombre, y date prisa que te esperan!

     - Ya voyyy… Di que ya bajo… Y continúa parsimonioso y engreído, indolente, atusándose. Las prisas no van con él.

     - Pero bueno, ¿es que no vas a bajar? Si llaman otra vez te pones tú ¿sabes? Ya está bien.

     - Ya voy, ya voyyy, dice sin inmutarse.

     - Mamá, ¿la camisa está planchada?

     - Mamá, por fa, recoge tú el aseo que no tengo tiempo, que me esperan…

     - ¿Ah, sí? No lo sabía, dice su madre.

     Otra llamada a su móvil… ¿quieres coger el teléfono? Lo coge: ¡Ya estoy…! ¡Que ya bajo, tío! Eh, oye, ¿ya está Noel? ¿Sí? ¿Y Vicente y el Jordi? Vale, vale. Ya bajo.

     - Pero bueno; menudo revuelo para salir. Siempre igual. Después de la ducha, mamá a recoger el aseo, la toalla, la ropa… Va; vete ya. ¡Hala!

     - Oye Javi, ojo ahí afuera ¿eh? Y cuidado con lo que hacéis… (¿Qué se les puede decir?, se pregunta el padre).

     Y se va hecho un lechuguino.  ¡Adiós! y un portazo. ¡Uf!..., qué tranquilidad…

     Pero no. Al momento se abre la puerta y aparece de nuevo con prisas: Se le han olvidado las llaves de la moto y el monedero. Esta vez sale a toda prisa dejando la luz de su cuarto encendida y la puerta abierta. Y su madre, paciente, a apagar y a cerrar.

     En otra parte de la ciudad una muchacha se acicala: después de rizar sus pestañas y aplicarles delicadamente la máscara, se colorea las mejillas. Muestra ya impaciencia por volar, como sus amigos, y también la misma parsimonia para asearse que su amigo el Javi; con remilgo, y haciendo valer sus preferencias musicales -Rehab, de Amy Winehouse- a todo volumen, no deja de mirarse al espejo revisando su rostro y perfilando en su boca con lápiz de labios una O rosada y silenciosa, que besa repetidas veces suavemente. Y ensoñadora, sonríe.

     Resopla con insistencia sobre sus uñas recién laqueadas de jade, de Chanel; mientras, su perro, nerviosillo él, corretea y ladra por el pasillo perturbando la tranquilidad de la casa. Porque Marta, que así se llama la joven, tiene un perrito de esos pequeñitos. Faldero. Lo tiene ella pero lo cuida su mamá, ¡qué se le va a hacer!

     - Mamá, ¿cómo me ves? Y mamá dice: Quita, quita maquillaje que pareces una máscara veneciana… Y ella obedece… ¡!

     - ¿Y ahora, cómo me ves?

     - Más discretilla, pero no mucho. Venga, adelanta que te esperan.

     Se enfunda una minifalda como su nombre indica y un top “palabra de honor” que realza su donaire. Y vuelve al espejo a remirarse: la cara, el pelo, de frente, de perfil… sonríe de nuevo y, coqueta, posa para su mamá: -¿Voy bien? Nos vamos a Pachá...

     Suena el telefonillo: - ¡Hola, soy Paqui! ¿Está Marta?

     - Sí.  ¿No quieres subir?

     - No, no, que se nos hace tarde. Ya estamos todos. Dile que Sara también viene.

     - Pues ya baja.

     - Martita, mucho cuidado ahí afuera, dice su madre. Y no bebáis.

     - No vengas muy tarde, hija mía, dice el papá…

     Y suena el móvil: ¡Hola, Marta, soy Javi! ¿Ya estás?

     - Sí, sí, bajo enseguida…

     - Adiós, adiós. Un beso, ¡muá, muá! Y sale disparada.

     - No tardéis mucho, insiste la mamá.

     Pasada ya la medianoche la niña salió de fiesta con su pandilla. A Pachá.

     Y los papás, hasta el regreso, contando ovejitas. O durmiendo a pierna suelta. Después de todo, ni el Javi, ni Noel ni Vicente, ni el Jordi ni Marta, ni Paqui ni Sara ni el resto de la pandilla, que ya no son críos, son tan malos. Todos, recién licenciados en busca de contrato –su primer trabajo, que ninguno encuentra: es que no tienes experiencia, ¿sabes?, les dicen-, siguen compartiendo inquietudes, preocupaciones, alegrías y tristezas porque son amigos desde la guardería.

     En otros tiempos, poco antes de que dieran las diez ya estábamos en casa. Serrat dejó constancia de eso para la posteridad. Pero claro, ya estamos en el siglo XXI, la noche es larga, larga...  y Bebe canta lo que canta.

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