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UNA VIDA SIN REFLEXIONES NO MERECE SER VIVIDA

(por Matías Mengual)

Matías Mengual


     La sentencia de arriba, atribuida a Sócrates, el filósofo por excelencia que abogaba por la evaluación personal constante y el esfuerzo por mejorarse a sí mismo como la más alta de las vocaciones, parece resumir su creencia en lo importante que es llevar una vida de calidad: “Quien busca la verdad comparte dudas y esfuerzos por hallarla”, explicaba Sócrates. Y sin embargo, este hombre sabio, “insolente burlón” (como le llama Alcibíades en “El Banquete”), fingía desconocimiento ante el interlocutor listillo para que se sintiese cómodo y respondiera a sus preguntas hasta llevarlo a la contradicción lógica. Y, cuando Fedro le reprocha afectuosamente el hecho de que no abandonara nunca la ciudad, contesta… “Soy amante del conocimiento, y los hombres que habitan la ciudad son mis maestros y no los árboles del campo”.

     Y digo yo, cuando de verdad cambiamos nuestra manera de pensar sobre la totalidad de la vida, el mundo empieza a parecernos muy diferente. Si dijese: ¿Estoy acertado siguiendo mi camino? Nadie me contestaría. Mis maestros murieron. Son árboles lo que me rodea y, a su sombra, las reflexiones deciden. Naturalmente, el pasado condiciona e informa el modo en que sueles ver las cosas. Y la experiencia llega a convertirse en maestra, pues, si surge la duda, le das un repaso a la filosofía en busca de respuestas de alguna de las mentes privilegiadas de todos los tiempos. Y, al hacerlo, siempre te enteras de algo nuevo, como que todo proviene del espíritu y debe retornar a él.

     Noción nueva ésta que, al instante, se ha antepuesto a tu antigua creencia (al morir, seré juzgado, castigado o premiado), pues tiene sentido que retornemos al espíritu si todo proviene de él. Ello significa ¡nada menos! que volveremos a nuestro Origen, pues, de allí vinimos para encarnar aquí. Solo que, a lo largo de una vida, ni siquiera logramos desprendernos del ego. Eckhart Tolle dice que es con la vejez cuando la dimensión espiritual entra en la vida de la gente. Es decir, tu propósito interior sólo emerge a medida que tu propósito exterior se va hundiendo y la concha del ego empieza a resquebrajarse.

     Y, tal vez por eso, buscas más apuntalamientos repasando la filosofía: Lao Tse (que lo más probable es que no supiera nada de física cuántica en el siglo VI a. C.), nos transmitió esta verdad: “El ser nace del no ser. Es el espíritu lo que crea la vida. El movimiento del Tao (Camino) es el retorno”. Y con la palabra “retorno”, Lao Tse apuntaba a la comprensión del principio básico de nuestra existencia.

     La moderna física cuántica, veintiséis siglos después, confirmaba: “Las partículas no proceden de otras partículas al minúsculo nivel subatómico.”, según asegura Wayne W. Dyer, profesor de Psicología y Asesoramiento en la St. John’s University de Nueva York. “Cuando esas porciones de materia, infinitesimalmente pequeñas, chocan entre sí en un acelerador de partículas, sólo quedan ondas de energía “sin materia”. Para que nosotros (una masa mucho mayor) adquiramos forma, tenemos que provenir de un espíritu creador.

     Y, probablemente, también San Pablo, en su II Carta a los Efesios (4, 9 y 10), aludiría al “retorno” cuando, refiriéndose a Cristo subiendo a las alturas, les dice: “Eso de subir, ¿qué significa sino que primero descendió a las partes bajas de la tierra? El mismo que bajó es el que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo; etc. etc.”.

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