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LA MALFORMACIÓN DE LA CLUMNA VERTEBRAL
(por José M. Quiles Guijarro)     

José Miguel Quiles


     Guardo aquellos recuerdos en un lugar privilegiado de la memoria: Era el tiempo del Ceregumil y de “Aquel Negrito del Africa Tropical” (Cola-Cao). Un grupo de niños nos reuníamos los domingos en la iglesia de los PP. Franciscanos en misa de 10H. Mi madre me ponía unas gotitas de limón como fijapelo y una gota de “Maderas de Oriente”, y yo me lanzaba feliz al sol nuevo del domingo. Aquellas misas eran de espaldas y en latín. Confesábamos con el padre Pedro y en el momento de la Comunión aparecía un fraile franciscano con mal genio:

     - ¡Venga a comulgar! ¡todos los que hayan confesado esta mañana con el padre Pedro a comulgar… en fila de dos! ¡Venga! – Era un fraile rancio, con faldones, sandalias, coronita y flequillo.

     La cuestión es que a mí no me gustaba confesar con el padre Pedro porque acercaba la mejilla y me pinchaba con la barba, era una barba espesa, de erizo. Le había tomado un poco de repelús al cura aquel. Yo confesaba el sábado por la tarde con el padre Cañizares. El padre Cañizares era un cura “bien”, con alzacuellos, gafas de escribiente, sotana abotonada, peinado con raya y ondita.

     El sábado en la tarde coincidía yo con algunas señoras ya mayores que se confesaban a esa hora con el padre Cañizares, -casi todas eran viudas, las viudas de entonces se confesaban muy a menudo-. Llegaban muy santurronas, oliendo a colonia fuerte, con su velo y medio tacón y se ponían alrrededor del confesionario de charreta por lo bajini, con risitas. Yo llegaba muy digno y formalito: “Buenas tardes… ¿la última para confesar?”. Siempre había alguna que tomaba la vez y se acercaba a rezarle a San Antonio. El padre Cañizares, muy circunspecto, ni me miraba, aquello era un buzón de pecados, me ponía unos cuantos padre-nuestros de penitencia que yo me despachaba en un pispas y a la calle. Y todo iba bien hasta que cierta mañana un compañero, muy redicho él, al ir a comulgar, me advirtió:

     - Un momento… tú a lo mejor no estás en gracia de Dios.

     - ¿Y porqué no estoy yo en gracia de Dios?, vamos a ver…

     - Perdona que te diga pero se ve que no has aprendido en la catequesis, ni en los Ejercicios Espirituales que los jóvenes debemos de realizar la confesión y la comunión acto seguido. Porque en una naturaleza joven es fácil que prenda la lascivia y se incurra en un pecado de la carne, de concupiscencia ¿entiendes? No se debe confesar el sábado y comulgar el domingo. Por ejemplo, tú cuando te despiertas por la mañana, ¿sientes un endulzamiento en tu cuerpo? ya me comprendes…

     - A veces.

     - Pues para que lo sepas no hay pecado que ofenda más a Dios que la falta de templanza y el abandono a la lujuria de un joven cristiano… esto se ha dicho en los Ejercicios Espirituales. Además para tu conocimiento debes saber que ese acto obsceno, si fuera tu caso, provoca ceguera, pérdida de la médula ósea y malformación de la columna vertebral.

     Los compañeros avisaron al franciscano y éste me sacó de la fila, con los dedos en pinza y con un tironcito de la manga: “¿Tú no has confesado con el padre Pedro? ¡no comulgues!”; aquello me oprimió el corazón y el corazón de un niño guarda rencores eternos. Hay instantes que pueden cambiar el curso de una vida. Así que no volví a comulgar hasta que me casé.

     Y jamás he podido olvidar aquello de la “malformación de la columna vertebral”, pero sobre todo nunca olvidaré el “tironcito” de la manga que me dio aquel fraile. (Un abrazo a todos y Felices Navidades.)

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