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A corazon abierto
(por Demetrio Mallebrera Verdú) 

FELICIDAD: NUEVA OFERTA CON FUTURO


     La felicidad es una de esas palabras ocultas o hechas con humo, que nadie sabe muy bien lo que es. Y si, encima, es algo que has de vender, relacionado con el futuro y el turismo, pues fíjate el marrón que te ha tocado, ¿no? La gente busca sinónimos de sosiego, quietud, paz, cuando ya están quedando anticuados los referidos a aventura o mera diversión. Por eso responderá lo que le apetezca en ese momento imaginando lo que verdaderamente es: un estado de ánimo de auténtica satisfacción espiritual y/o física. Sí, de acuerdo; pero cómo se consigue o dónde está éso. ¿Hay que hacer algo o ir a algún sitio? Sonsaco de un reportaje, firmado por David Valera, lo que responde a nuestra inquietud, siempre con el riesgo de que usted ya lo haya leído; (si es así le ruego disimule para que se enteren los demás). El origen, a pie de noticia, surge el 20 de octubre de 2010, cuando se realizaron en Madrid unas “Jornadas sobre la felicidad”, organizadas por una empresa desconocida llamada Coca-Cola (¿ve usted cómo le preocupa a todos?). Allí se encontraba el primer ministro de Bután (un estado regido por una monarquía parlamentaria, situado allá lejos, en el Himalaya, entre Mongolia, Nepal, Bangladesh e India de la que se independizó en 1949, que lo dejan encerrado entre altísimas montañas, con 700.000 súbditos o habitantes y apenas 47.000 Km2., quien propuso a los asistentes al encuentro que incluyeran, entre los índices que miden la satisfacción, lo que en 1974 había asegurado su rey Jigme Singye Wangchuck en el acto de su coronación, que dice así: “La Felicidad Interior Bruta (hoy diríamos FIB, ¿no?) es más importante que el Producto Interior Bruto” (PIB, ¿sí?). Para flipar, ¿eh? Pues va a ser que no.

     Se trata de un modelo de crecimiento cuyos valores se basan en un desarrollo socioeconómico sostenible, en la preservación de la cultura, conservación del medio ambiente y, por supuesto en el buen gobierno. Bután quiere vender al exterior, al mundo entero, ese bienestar, como otros venden minerales valiosos, cereales, petróleo, gas, tecnología punta, informática, robótica, turismo histórico, o el de sol, playa y folclore. Y ahora no se me pierda usted con las cifras ni las mezcle. En el año 2006, un profesor de la Universidad de Leicester llevó a cabo un estudio con el que sacó los diez países más felices. Si se los escribo, usted no va a encontrar nada raro, salvo cuando llegue al 8º puesto: Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia, Suecia, Bután, Brunei y Canadá. Un año después (2007) se llevó a cabo una encuesta entre butaneses, que se interpreta así: un 52% (la mitad más o menos) se siente feliz y un 45% se declararon muy felices; sólo un 3% dijeron ser infelices. “La respuesta de cada individuo es subjetiva”, dijo el primer ministro. Se les pregunta el nivel de confianza que tienen en la sociedad, en el Gobierno; la confianza hacia su propio futuro –lo más básico-, y la conciliación de la vida laboral y familiar.

     En cambio, los datos de medición habituales rozan el desastre: la alfabetización alcanza al 59% de la población, la esperanza de vida es de 62 años y en el ranking del Producto Interior Bruto ocupa el puesto 156. Respuesta: Para ser feliz no tienes por qué ser rico. Hay otros valores importantes que influyen, principalmente las relaciones entre las personas. El dinero es valioso sólo para cubrir necesidades básicas: comida, hogar, educación, salud y movilidad. Jigme Thinley, primer mandatario elegido democráticamente en Bután (en 2008) dijo claramente: “Soy muy feliz porque estoy involucrado directamente en formar el futuro de mi país. Y es un futuro que llevará a mi pueblo a la felicidad de manera sostenida en un entorno político pacífico, natural y estable. Me siento feliz porque lo que estoy haciendo va a crear un mundo mejor para mis hijos y nietos”. Y añadió: “El consumo es incompatible con la felicidad porque la vinculas a tener más, y entonces tu vida está guiada por la avaricia. No se comprende ningún crecimiento si no va acompañado de su vertiente espiritual y afectiva”. Parece fatuo o ingenuo, y es para pensárselo.

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