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COMPRO ORO
(por Francisco L. Navarro Albert)
 


     Al hilo de la crisis galopante que venimos sufriendo se ha producido la irrupción en nuestras calles de una verdadera epidemia de comercios con el distintivo genérico de “Compro oro”, intentando convencer cada uno de ellos a los potenciales clientes de que su precio es el mejor. Algunos relatan toda la gama de quilates con la que negocian en tanto que otros, tal vez por optimizar costes, se limitan a exponer:”todo tipo de oro”. Como es de imaginar, nada hay de altruista en este negocio, al que debo suponer adornado de todas las legalidades exigibles y exigidas en eso que llamamos “Estado de Derecho”, con todos los controles que garanticen, al menos a quien allí acude por necesidad con su oro, que los pesos y medidas utilizados se corresponden con los patrones oficiales. Me temo, no obstante (¡oh incrédulo de mí!), que no existirá ese control y muchos de los obligados clientes preferirán arrostrar el riesgo de pérdidas antes que efectuar una denuncia y declarar públicamente su necesidad.

     Se pone de manifiesto aquí, una vez más, la sabiduría de los antiguos refranes. “La necesidad aguza el ingenio”, aunque en este caso, seguramente quien más beneficiado saldrá por el ingenio será el comprador y no quien tiene verdaderamente necesidad.

     Parece ser que ante la debilidad de la bolsa y el incierto porvenir de las monedas mundiales, quienes poseen dinero para ello han decidido garantizar su poder adquisitivo y posibles beneficios dedicándose a la compra del dorado y apreciado metal, cuyo precio está experimentando un notable incremento gracias a esta crisis, cuyos autores han situado a la “sociedad del bienestar” en unos niveles impensables sin que los guardianes de la economía hayan hecho otra cosa que intentar tapar los agujeros con parches más o menos eficaces pero, en todo caso, a costa de las economías de los ciudadanos.

     Según publicaciones de organismos internacionales, las reservas de oro del mundo se cifran en unas 130.000 Tm. de las cuales, alrededor de 30.000 están controladas por los bancos centrales de distintos países; el resto, es decir, 100.000 Tm. están en manos de particulares, en sus distintas presentaciones de lingotes, joyas, monedas, etc. Me pregunto qué le sucedería a la economía mundial si alguno o parte de esos poseedores particulares decidieran intervenir en el mercado para hundir el precio del oro.

     Quizá ha llegado el momento de plantearnos qué clase de sociedad es esta que hemos creado, en la que todo depende del mercado y de la honradez de quienes en él intervienen, sujeta a los vendavales de la corrupción y la irresponsabilidad de los gestores de los organismos que debían velar por su transparencia.

     Vemos, supongo que todos con sorpresa, cómo se han sucedido escasas dimisiones y se han anunciado grandes medidas a aplicar, como siempre a los más pequeños (a quienes tienen una nómina controlada) apelando a la necesidad del sacrificio, como si no fueran quienes así lo demandan los verdaderos responsables de la situación y los menos afectados por las medidas que propugnan.

     Así, mientras la gran mayoría de los ciudadanos nos devanamos los sesos para hacer que cuadren nuestras cuentas, otros precisan contratar a verdaderos expertos para que les ayuden a contar sus beneficios y buscar maneras de evadir el pago de impuestos, con aplicación de la ley, por supuesto. Pero ¿quién garantiza que la ley es justa?

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