Índice de Documentos > Boletines > Boletin Febrero 2011
 

UTOPÍA
(por Antonio Aura Ivorra)


En otro artículo aquí publicado hice referencia a la palabra crisis en el sentido de “mutación importante en el desarrollo de otros procesos ya de orden físico, ya históricos o espirituales”. Y hoy, a raíz de una indagación sobre un concepto extravagante para mí, la “mística empresarial” ¿?, - expresión ya acuñada, que tiene adeptos - he intentado allanar mi rechazo inicial, porque crisis sugiere cambio, para tratar de comprender el aparente desacuerdo de sus términos y satisfacer así mi curiosidad. Me impulsa a ello lo que, hace ya algún tiempo, leí no sé dónde y creo que es cierto: Las palabras son, a menudo, los puentes del cambio social.

    

Mística es, según el DRAE, la “parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus.” Es, también, “experiencia de lo divino.” Y empresa, en la acepción que ahora nos interesa, es, también según el DRAE, la “entidad integrada por el capital y el trabajo como factores de producción y dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios, generalmente con fines lucrativos y con la consiguiente responsabilidad”… Resaltando la palabra responsabilidad de la empresa, son definiciones gramaticales suficientes para este comentario sin más pretensión. ¿Qué tendrá que ver, pues, la mística con la empresa? ¿Cómo hilvanar estos dos conceptos?

 

La robótica, las poderosas redes virtuales de comunicación, Internet, y la escabrosa globalización del mercado, inducen a los individuos y a las organizaciones a buscar nuevos planteamientos y enfoques mitigadores, humanitarios, no exentos de espiritualidad. Se buscan líderes. La incertidumbre con la que avanzamos, intensificada en las últimas décadas, es promotora de inquietudes impulsoras de un cambio social y empresarial hacia la mayor consideración del individuo, convertido en protagonista. Asumirlo requiere exigencias: conocerse a sí mismo (punto de partida para comprender a los demás), actitud y disposición positiva ante el cambio, imaginación, capacidad de ilusionar y conseguir desde la libertad y el convencimiento la mayor participación en la toma de decisiones y, con ese bagaje, convertir en realidad  lo imaginado.

  

Y ahí es donde aparece el místico, esa persona utópica que inspira, automotivada y de buen humor, en permanente e irrenunciable proceso de formación, con visión novedosa, actitud positiva, firme en sus propósitos e interesado por los demás, capaz de liderar, de promover el trabajo como vía de crecimiento personal y de expresión de las capacidades de cada cual; de transmitir entusiasmo, que sustenta en su actitud honesta, recta en su intención y abierta a la coparticipación, al acuerdo para la consecución no sólo del beneficio económico, del dividendo, sino también de algo más trascendental como es la repercusión favorable al bienestar de la sociedad. ¿Será eso el pensamiento místico empresarial? ¿O tal vez el soporte de unos principios éticos, de naturaleza moral en la empresa? Porque su impulso es radical para obtener la necesaria colaboración de los demás. La cooperación es imprescindible para cualquier logro: “Las organizaciones deben crear los procesos para liberar la fuerza creativa y la voluntad de progreso de la gente, ya que es la única ventaja competitiva que se puede sostener (L. Tredicce, de Arthur Andersen.)”

 

Es en Europa donde se inició la revolución industrial. Pero desde entonces, y aunque admitamos, como así es, que nuestra cultura está basada en la concepción cristiana del hombre, solidario y responsable, parece evidente que hemos puesto sumo interés en crear riqueza y no tanto en atender a cómo se distribuye. Llegan tiempos de poner ahí el acento aunque parezca utópico. “Mística empresarial”, ¿pura digresión para reflexionar? Tal vez las nuevas generaciones de trabajadores, libres, emprendedores, altamente cualificados y dispuestos sin remedio a asumir diferentes proyectos a lo largo de su vida profesional, sean capaces de armonizar valores y utilidades. Los cambios cualitativos que experimentan los individuos y las sociedades abren el camino en esa direc-ción. De eso se trata.

Volver